Arte blogética
Esto es una bitácora a saltos, intermitente y retrasada como la ruta 174 que pasa por la avenida Rancho Boyeros. Si usted quiere subirse en esta guagua y recorrer con ella el enmarañado camino que necesita cada post antes de llegar a estar online, pues adelante. Le advierto que puede llegar a marearse de tantas vueltas y gritar que le abran la puerta, que quiere bajarse, que así no hay quien haga un viaje. Se lo dije.
Empecemos por definir por qué se mueve, o sea, por qué posteo. ¿Qué razón me lleva a emplear mis energías y recursos en escribir estas “desencantadas viñetas de la realidad”? Pues resulta que después de probar con el silencio y la evasión, no han resultado (hice Yoga, practiqué Tai Chi y hasta probé con el gimnasio, pero nada). Tampoco funcionaron los útiles consejos de los amigos, siempre llamando a la cautela y a la espera.
No crea, sin embargo, que me inspiran motivos nobles. Se lo confieso, este es -en realidad- un ejercicio de cobardía. Cada nuevo post impide que la presión aumente dentro de mí y estalle de forma comprometedora. De manera que los kilobytes deben cargar con mi impotencia cívica, con mis pocas posibilidades de –en la vida real- decir todo esto.
Mientras usted va al trepidante ritmo del ADSL y de la Internet por cable, yo me muevo a la velocidad de la guagua que conecta a la Víbora con Línea y G. Cada post depende de una innumerable cadena de hechos que normalmente no engarzan bien. De mi aislado PC al Memory Flash y de ahí al espacio público de un Cibercafé o de un hotel. Eso, sin entrar a detallar las complicaciones, el ascensor que no funciona, el portero que me pide que le muestre mi pasaporte para sentarme ante la computadora o la frustración al comprobar la no-velocidad que imponen los proxys, los filtros y los keylogger.
Como típico ejemplar de esta generación de las Y griegas, lo mismo me desanimo que tengo mis arranques. Paso del “¡qué volaó!” al “no vale la pena”. Así que no se asuste si un buen día se encuentra aquí uno de esos cartelitos de “cerrado por reparación, “estamos en inventario” o “cambio de turno”. Tampoco se sorprenda si la catarsis sube de tono, si me pongo incendiaria o me sale la veta del pesimismo.
Por el momento sigo en esto, posteo y sobrevivo, o mejor, sobrevivo porque posteo.