Basta de bastión
Cansancio, en la voz de la amiga que llama y pregunta cuándo van a enmudecer las sirenas que suenan desde temprano cada mañana. Hastío, en el vecino que no ha podido llegar a tiempo a su casa después del trabajo porque el tráfico se desvió con las maniobras militares. Molestia, en el joven reservista al que ordenaron participar en el ejercicio castrense justo en esos días en que planeaba una escapada con su novia.
Las tres jornadas dedicadas al Bastión 2016 han dejado en muchos cubanos una sensación de extrema saturación. Especialmente porque tras 72 horas de agresiva crispación y justo cuando parecía que la pesadilla de ametralladoras terminaba, el Gobierno decretó este sábado y domingo como Días Nacionales de la Defensa. Por aquello de quien no quiere combate… tres balas.
Como el rugido de la diana que saca a los uniformados de sus camas, estos días de ejercicios militares han despertado al país de cualquier ensoñación de ciudadanía
Agotados de tanta trinchera y demasiadas alusiones al enemigo, nos preguntamos si no sería más coherente usar todos esos recursos para aliviar los problemas cotidianos. Revertir las crónicas dificultades del transporte urbano, la calidad del pan del mercado racionado o el abastecimiento de medicamentos en la farmacias de la Isla, serían mejores destinos para lo poco que contienen las arcas nacionales.
¿Por qué gastar en combustible para tanques de guerra lo que podría destinarse a mejorar el almuerzo de las escuelas primarias?
La amenaza de una batalla es parte de los mecanismos de control. La trinchera es el hueco donde se nos inmoviliza y reduce; el pelotón borra nuestra individualidad; y la cantimplora con agua que sabe a metal y miedo exorciza nuestros demonios de prosperidad.
El Bastión nos ha recordado que solo somos soldados. Como el rugido de la diana que saca a los uniformados de sus camas, estos días de ejercicios militares han despertado al país de cualquier ensoñación de ciudadanía.