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El beso mortal de los precios topados

La prensa oficial achaca a los productores privados la responsabilidad de los altos precios de muchos alimentos. (14ymedio)
Yoani Sánchez

04 de enero 2016 - 09:27

La Habana/Tenía diez años cuando Fidel Castro lanzó la batalla económica que llamó "rectificación de errores y tendencias negativas". La cólera del Máximo Líder cayó entonces sobre los campesinos privados y los intermediarios que comerciaban sus productos. La plaza de Cuatro Caminos en La Habana, también conocida como Mercado Único, recibió la embestida oficial y tras esa razia, de nuestras vidas desaparecieron las cebollas, los garbanzos, el ají pimiento y hasta la malanga.

Casi una década después, cuando el país había tocado fondo con el desabastecimiento y la escasez de alimentos, el Gobierno autorizó nuevamente los mercados agrícolas no estatales. La primera vez que me acerqué a una tarima y compré una ristra de ajo, sin esconderme, fue como recuperar una parte de mi vida que me arrebataron. Por años habíamos tenido que apelar al mercado ilegal, a la precariedad del clandestinaje, para adquirir desde una libra de frijoles hasta granos de comino con que sazonar la comida.

Sin embargo, la vuelta de los "agromercados" no ha estado exenta de los ataques y la ojeriza gubernamental. La prensa oficial achaca a los productores privados la responsabilidad de los altos precios de muchos alimentos y la figura del intermediario ha sido satanizada en extremo. En la última Asamblea Nacional se manejó incluso la idea de imponer precios topados a ciertos productos agrícolas, para obligar a los comerciantes a bajar los importes.

Los consumidores pagaríamos los platos rotos de una medida que no soluciona el problema de la falta de productividad de nuestros campos ni de los bajísimos salarios

En una primera mirada esa medida parecería favorable para los consumidores. Quienes tomarían como una buena noticia que una libra de carne de cerdo sin hueso no vuelva a superar los 30 pesos cubanos ni llegue nunca más a los astronómicos 50 pesos que pedían al cierre de 2015 en el habanero mercado Egido. La reacción inicial de los clientes sería de beneplácito porque un limón ya no tenga el valor de 1 CUP o que la fruta bomba baje de los 5 CUP la libra. Sin embargo, detrás de los precios topados vendrán males mayores.

Lo que podría ocurrir es que los productos sometidos a un control de precios desaparezcan de los mercados agrícolas y vuelvan a sumergirse en la clandestinidad. Ya no podríamos ir hasta la esquina a comprar una libra de cebollas, como lo hemos hecho en las últimas dos décadas, sino que regresarían los tiempos en que en medio de la ilegalidad de una carretera o de un monte perdido en la nada, hacíamos la transacción directamente con el productor o con los perseguidos intermediarios.

Los consumidores pagaríamos los platos rotos de una medida que no soluciona el problema de la falta de productividad de nuestros campos ni de los bajísimos salarios.

La economía no se planifica a capricho, ni se gestiona a golpe de restricciones, sino que es un entramado frágil donde la desconfianza y el exceso de estatización son como un abrazo letal, que la deja sin la capacidad de respirar con autonomía. En ese apretón, los precios topados vienen a ser el temido beso mortal que le saca el aliento al comercio y lo deja exánime.

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