Brainstorm
El último corto de Eduardo del Llano deberían mostrarlo en las redacciones periodísticas y los medios informativos de todo el país. En una mesa redonda, un consejo editorial debate sobre cuál acontecimiento estará en la portada de su próxima edición. Hay varias noticias para escoger: un extraordinario record deportivo, la caída de un meteorito que mató en el acto a un pintor, a varios héroes del trabajo y a algunos soldados internacionalistas. Los obedientes redactores esperan la llamada telefónica que –desde arriba– les dirá la noticia que deben privilegiar sobre las otras. Hacen, mientras tanto, la pantomima de que pueden decidir, el alarde de actuar como si el periódico fuera realmente de ellos.
Brainstorm es un corto con personajes para nada caricaturescos, sino reflejo de una realidad que es en esencia exagerada y esperpéntica. Un mundo de poses, de cobardías profesionales, resultantes de ver defenestrarse a los colegas más atrevidos. El reto para estos periodistas no es el de tener una opinión original, sino adelantarse y predecir cuál será el criterio del poder. Todo buen informador “revolucionario” debe saber lo que dirán sus líderes antes de que emitan una sola palabra, les conviene interpretar los gestos de los gobernantes y no equivocarse en reflejarlos.
De esa y otras miserias periodísticas trata el corto, que se suma a la lista comenzada por el ya clásico MonteRouge. De la serie dirigida por Del Llano, es éste el que más me ha tocado por cercanía temática y por aludir a las mordazas de la prensa oficial. Al verlo, me he confirmado en el inmenso privilegio del que disfruto, por no tener jefe editorial, censor, o alguien que me dicte cuáles temas tratar o qué importancia darles. Mi peor pesadilla profesional sería encontrarme en una mesa así, donde todos cuidan sus espaldas, en aras de conservar el pequeño privilegio de trabajar en Granma, Juventud Rebelde o algún periódico de provincia.
Como en la escena final del corto –que no les adelanto para que la disfruten– algo pasa allá afuera y nuestros medios siguen ignorándolo. Miles de sucesos ocurren cada día, pero los disciplinados corresponsales de los telediarios no están autorizados a informarlos. En su lugar, nos muestran la Cuba soñada de sobre cumplimientos agrícolas, emulaciones ganadas, visitas presidenciales, compromisos de resistencia y pioneritos sonrientes. La llamada telefónica que autorice a contar la realidad no ha llegado –todavía– a la redacción de ningún periódico.