Algo más que un cable
En diciembre se reunió nuestro parlamento. Un conglomerado diverso de edades, orígenes sociales, razas y género, pero con una sola filiación política. Más de seiscientos diputados que dicen representar una nación, cuando en realidad sólo hablan en nombre de una ideología. La pantomima de la pluralidad, con estadísticas pensadas para impresionar, dadas las cifras de mujeres, jóvenes, mestizos y obreros que lo integran, aunque sin diversidad de pensamiento. Un arcoíris con siete bandas del mismo color. O casi, porque la paleta sólo contiene rojo y verdeolivo. Pero no es precisamente de este manso grupo de individuos aplaudiendo en el Palacio de las Convenciones de lo que quiero escribir hoy, sino del cable de fibra óptica entre Cuba y Venezuela.
Cuando el mes pasado el ministro de Telecomunicaciones e Informática rindió un informe ante la Asamblea Nacional, la prensa no publicó ninguna palabra sobre el cable Alba-1. Desde agosto de 2012, dice hoy el periódico Granma, el tendido submarino estaba activo para “tráfico de voz correspondiente a telefonía internacional”. Eso significa que cuando Maimir Mesa habló frente al parlamento ya tenía información para dar y prefirió reservársela, escamoteárnosla. ¿Por qué? Quizás por temor a que la ansiedad que tantos tenemos por conectarnos a Internet se avivara con ese anuncio. Quizás nos ocultó tales datos porque no conoce otra estrategia informativa que el secretismo. “Mientras menos sepan, mejor”, parece ser la divisa de nuestros dirigentes.
Sin embargo, este mundo es un pañuelo, una pelota de béisbol, una naranja ácida y pequeñita. Hace unos días, la firma norteamericana Renesys anunció (aquí y aquí) que había notado latencia en el Alba-1. Primero fue un tráfico en una sola dirección, que posteriormente se completó en un ir y venir de kilobytes. El cable estaba vivo, despertaba. Dos años después de su llegada a tierras cubanas, con un costo de 70 millones y 1.600 kilómetros de largo, la larga serpiente de fibra óptica empezaba a funcionar. Tuvimos que enterarnos, como tantas veces ocurre, por los medios extranjeros. Sólo cuando ya la noticia estaba por todos lados, entonces la prensa oficial lo confirmó esta mañana en una escueta nota. En la misma se advierte que “la puesta en operación del cable submarino no significará que automáticamente se multipliquen las posibilidades de acceso”.
La verdad es que ya no les creo nada. Ni a la pasiva Asamblea Nacional, ni a un ministro que practica el secretismo, ni a los periodistas oficiales que estuvieron en aquella sesión del parlamento y no reportaron la ausencia de un tema tan importante, ni a un periódico que sólo se pronuncia cuando le descubren sus silencios. Mucho menos creo ya en el carácter de verdaderos ciudadanos de todos esos millones de cubanos que se han callado y se han conformado con el menor acceso a Internet de este hemisferio.