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El candidato del cambio

Yoani Sánchez

22 de marzo 2010 - 17:41

Silvio fue llevado hasta su casa entre gritos de júbilo después de la reunión para nominar al delegado de su circunscripción. Sólo obtuvo 15 votos de un total de 120, pero la suya fue la victoria de la hormiga que logra excavar en el muro, el triunfo del pío pío que se hace escuchar en medio de la algarabía. Aunque se habían movilizado hacia el municipio de Punta Brava personas que no estaban en el registro de electores, el candidato oficialista sólo pudo saborear 45 manos levantadas a su favor. La abstención fue la forma en que el 50% de los congregados manifestó su inconformidad -o su indiferencia- ante un proceso asambleario con muy poca influencia en la vida real.

Recuerdo cuando Silvio Benítez habló por primera vez de presentarse en las elecciones del poder popular de su circunscripción. Ni sus amigos más cercanos alimentamos la esperanza de que saliera nominado o al menos lograra que alguien -ajeno a su familia- lo propusiera públicamente. La frustración a prioi,priori, el desgano por anticipado, se han introducido demasiado en nuestras vidas. De ahí que nos sintamos derrotados antes de proyectar siquiera una fórmula con la que transformar el país. La balsa surcando el mar o el silencio cómplice siguen siendo las estrategias más usadas para solucionar los problemas personales de cada cual, visto que el “el problema” nacional parece perpetuo.

Sin embargo, aquella noche en Punta Brava la telenovela no fue más atractiva que la desgastada maquinaria de optar por “el mejor y el más capaz”. La curiosidad hizo que se llenaran las calles y las aceras para saber si “el candidato del cambio” lograba la victoria. Silvio les había prometido un programa diferente, no marcado por la ideología sino por la gestión ciudadana. Aunque no logró registrar su nombre en el listado de más de 15 mil delegados de todo el país, al menos compulsó a la abstención a la mitad de los electores de su zona. Sin atreverse a optar por él, muchos de sus vecinos apretaron sus dedos dentro de los bolsillos, acariciaron la cabeza de sus hijos o aguantaron el cigarro frente a los labios cuando se les exigió que votaran a mano alzada. Su triunfo lo obtuvo del conjunto de brazos caídos, de todas aquellas bocas que no se aventuraron a mencionar su nombre, pero tampoco lo negaron.

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