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La capital de ¿todos? los cubanos

Yoani Sánchez

10 de mayo 2008 - 11:45

Tengo veinte minutos para llegar del Parque Central hasta una pequeña Galería –cercana a la Plaza Vieja- donde un amigo expone sus cuadros. Si intento seguir a pie me perderé la parte del discurso inaugural y el pintor naif no me lo perdonará. Capturo un bicitaxi y le ofrezco diez pesos porque vaya a toda rueda. El ciclista me mira alegrándose de las pocas libras que tendrá que cargar y tararea un reggaetón que dice “le gusta el bate a la mujer del pelotero, le gusta la carne a la mujer del carnicero… y la del bombero me está pidiendo fuego…”.

Ya estamos en marcha y durante el trayecto me siento como una estirada señorona subida en palanquín. Aligero mi culpa pensando que si no fuera yo, el pobre chofer habría tenido que cargar un par de gordos que también le hacían señas. No he salido del remordimiento cuando éste desatiende el timón y me pregunta: “¿Eres de La Habana?”. Confirmo mi origen citadino y con ojos codiciosos me dice “Yo soy de Guantánamo. Estoy buscando alguien que se case conmigo para que me ponga en el registro del carné de identidad. ¿Estás soltera?”

Lo directo de la propuesta me deja abrumada. Quiero explicarle que ya tengo pareja, que no poseo una propiedad donde inscribirlo y salvarlo de la deportación. Se me ocurre aclararle que mi barrio está muy próximo a esa torre -en forma de pirulí truncado- donde se alberga el poder, lo cual hace extremadamente complicado domiciliar una nueva persona. Todos los argumentos para negarme a tan súbito pedido de matrimonio se los resumo en uno breve “No puedo”.

El hombre me mira como si lo estuviera condenando al centro de retención de “ilegales” por el que ya ha pasado. El mismo sitio de donde salen ómnibus cada semana para extraditar, junto a un acta de advertencia, a los que están “sin papeles” en La Habana. Su mirada me hace sentir culpable de haber nacido en esta ciudad achacosa y exclusiva, coqueta con el turismo internacional y ceñuda con los compatriotas de otras provincias.

Estoy a punto de cambiar de idea y casarme con él, pero llegamos al lugar de la exposición y mi amigo el pintor me salva del anillo de bodas.

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