CDR
Por una de esas confusiones tan frecuentes en los infantes, pensé durante años que el logotipo de los Comité de Defensa de la Revolución era un enorme ojo que portaba un machete. Como desconocía el origen de esa agresiva iconografía, la veía como una pupila indiscreta que me vigilaba en cada cuadra. Tiempo después, un amigo se encargó de aclararme que donde yo percibía una cornea y un iris, sólo se trataba de un sombrero visto desde arriba. A pesar de su amable observación, seguí sintiendo el peso de una mirada, cada vez que pasaba frente a algún letrero con las siglas de CDR.
Por estos días, es el séptimo congreso de esta organización que ostenta más de siete millones de miembros, de los cuales un buen número no ha sido consultado para pertenecer a sus filas. Se entra al comité por puro automatismo, como mismo las féminas somos englobadas en la Federación de Mujeres Cubanas y los niños pasan a las filas de los pioneros. Pocas veces alguien se niega públicamente a ser parte de esas agrupaciones que –en la Cuba actual– resultan más formales y burocráticas que efectivas.
Mi confusión de entre un ojo y un sombrero tenía un poco de desvarío infantil, pero mucho de olfato ante el peligro. Aprendí que en las puertas que ostentaban el alarmante slogan de “con la guardia en alto”, habitaban los más diestros redactores de informes para delatar a los otros vecinos. También supe de quienes por una falsa verificación –salida de la pluma de un presidente de comité– perdieron un ascenso, un viaje o la posibilidad de tener una nueva casa. Hasta llegue a conocer alguien que llevaba el título de “Vicepresidente del CDR” y era, además, el mayor delincuente del barrio.
En el Palacio de la Convenciones, la pupila de machete levantado tiene una nueva conferencia. Percibo que el Argo multi-ojos que algún día fue, es hoy un cíclope con cataratas, un cuerpo de vigilancia que apenas puede ver todas las travesuras que hacemos.