Cerdo en “cajita”
El mercado está casi vacío. Es muy temprano todavía y sobre una tablilla alguien escribe los nuevos costos para una libra de carne de cerdo. Parece un gesto simple el de esta mano que ha cambiado apenas un dígito en el precio de las costillas, de las piernas o de la grasa ya procesada. Pero, en realidad, lo que queda expresado en esa pizarra –en sus números trazados con tiza- es un verdadero cataclismo mercantil. La economía interna cubana sufre de una fragilidad que basta el leve encarecimiento de un kilogramo de bistec o de manteca para trastocar nuestro débil entramado comercial. Con unos centavos que se le sumen a un alimento, el termómetro de la angustia cotidiana se dispara, los grados de la inquietud se incrementan.
Precisamente, cierto estado de alarma recorre por estos días el país. El cerdo escasea por las limitaciones con el pienso, cuyas importaciones han disminuido y cuya producción local no acaba de despegar. El sector por cuenta propia se resiente con la carestía del producto que es la base de las llamadas “cajitas”, que incluyen casi siempre arroz, algún tubérculo y un poco de carne. Ese almuerzo “en la mano” es el sostén de muchos cubanos que trabajan fuera de sus casas y constituye también la unidad básica de la gastronomía privada. Cuando “la cajita” sube de precio arrastra consigo todo lo demás. El vendedor de zapatos grava su mercancía para recuperar lo perdido en el tentempié del mediodía; la tendera que ha pagado más por unas sandalias tratará de sacarle la diferencia a los clientes incautos que no revisan el vuelto y el ama de casa jubilada le escribirá al hijo en Frankfurt o en Miami para que le refuerce la remesa, por aquello de que la vida está muy cara. Y toda esta secuencia de problemas y malestares comienza en una cochiquera, en ese sitio donde el pienso y los cuidados deberían convertirse en kilogramos de carne y sin embargo no se logra.