"¡Compro alimentos!", el pregón desesperado que se quedó sin respuesta
La Habana/Los pregones grabados y difundidos a través de altavoces forman parte de la banda musical de la realidad cubana de este siglo. En nuestro barrio cada día se escucha una amplia variedad de ellos, que van desde el ya clásico "¡El bocadito de helado!", pasando por "¡Arreglo colchones!" hasta el sorprendente "¡Compro pomos de champú vacíos!". A estos se suma que la actual crisis económica está pariendo sus propios anuncios orales.
La mañana de este martes una voz gruesa recorrió los alrededores de nuestro edificio. "¡Compro alimentos!, repitió el hombre por largos minutos mientras daba la vuelta a la manzana. En otros tiempos, el ruido de la cercana avenida Boyeros quizás no nos hubiera permitido escucharlo en los pisos más altos de este tosco bloque de concreto, pero la falta de combustible ha disminuido el tráfico y su constante algarabía. Así que aquel anuncio se oyó "clarito clarito". "¡Compro alimentos!", se coló por las persianas y las terrazas.
Ningún vecino se asomó al balcón para decirle, como a otros que vocean sus mercancías o sus servicios, que esperara que ahora mismo bajaba para comprarle algo de pan, una bolsa de papas o un litro de yogur
Durante una media hora, aquel peculiar pregonero se movió desde la cercana línea del tren hasta la montaña de basura que lleva semanas creciendo en la esquina de Estancia y Santa Ana. Hizo una parada en el edificio de doce plantas más cercano, repitió sus gritos a pocos metros del amplio parqueo del Ministerio de la Agricultura, se acercó a los que hacían la cola para la bodega de productos racionados y finalmente el desesperado aviso se fue apagando poco a poco mientras el hombre se dirigía hacia la calle Tulipán.
Durante ese tiempo, nadie respondió a sus reclamos. Ningún vecino se asomó al balcón para decirle, como a otros que vocean sus mercancías o sus servicios, que esperara que ahora mismo bajaba para comprarle algo de pan, una bolsa de papas o un litro de yogur. Ni siquiera lo mandaron a callar desde los apartamentos donde intentaban que un bebé conciliara el sueño o en los que cabeceaba en el balcón una abuela. Tampoco se asomaron los "aguerridos" militantes del Partido Comunista para combatir aquella frase, que era más contestataria que cualquier consigna opositora.
"¡Compro alimentos!", repitió, y el silencio del barrio hablaba sin articular palabra alguna. Del mutismo que salía de las casas se podía extraer una clara respuesta: "¡No tenemos!".
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