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Conferencia rima con paciencia

Yoani Sánchez

09 de enero 2012 - 15:01

Este enero parece octubre, julio, noviembre, cualquier otra cosa menos el primer mes del año. Si algo caracteriza a los inicios es hacer planes, proyectar lo que vendrá, trazar propósitos aunque después no se cumplan. A causa de criarnos entre tantas consignas pronosticando el futuro, nos resistimos hoy a hablar del mañana. Agotados de imaginar un porvenir distante que podía demorar un quinquenio o una década, ya ni siquiera queremos proyectar la semana que viene. Así que nos centramos en este minuto, en una inmediatez que no admite levantar la mirada hacia adelante. Vivimos el instante, porque durante demasiado tiempo nos hicieron desear un tiempo lejano que sólo existió en los discursos, en las páginas de los libros.

La próxima Conferencia del Partido Comunista también está signada por ese escepticismo hacia lo venidero. No sorprende, entonces, la escasa expectativa que muestran los cubanos en relación con el encuentro partidista del 28 de enero, lo poco que se habla de él en las calles. Los exiguos comentarios se reducen a la seguridad de que “eso no va a cambiar nada” o al atisbo de esperanza de que “será la última oportunidad de la generación histórica”. A menos de tres semanas de comenzar, ni siquiera en la televisión oficial se percibe entusiasmo por el evento. En las filas del propio Partido tampoco hay muchas ilusiones y más de un  militante entregará su carnet si la reunión termina con pobres resultados. El plazo de tiempo comprado en abril pasado, con el congreso del PCC, está a punto de acabarse. Las reformas políticas urgen y hasta los más fieles al sistema han comenzado a desesperarse.

Lo más improbable y sin embargo lo más deseado, sería que en esa conferencia primara la preocupación por la nación por encima de los intereses partidistas. Pero eso sería pedirle al PCC que se suicidara… y no va a hacerlo. No se va a abrir a la participación ciudadana sin exclusiones ni desmontará la penalización al discrepante. Le va el poder en ello. Las reformas tendrían que ser tan evidentes, el cambio en el discurso tan marcado que en lugar de simples ajustes se necesitaría un borrón y cuenta nueva… y lo más probable es que se niegue a hacerlo. Porque hace mucho tiempo que enero no parece enero, los revolucionarios no se comportan como tales y el futuro sólo es asignatura de agoreros y cartománticos.

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