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‘Jabitas’ de nylon o la pensión de muchos

Vendedora de 'jabitas' delante del mercado agrícola de La Habana. (Luz Escobar)
Yoani Sánchez

29 de agosto 2014 - 18:58

La Habana/"Necesito unas gafas oscuras", me dijo Verónica un día que me la encontré en la calle. Con casi setenta años, la señora necesitó una cirugía de cataratas hace meses y ahora tiene que "cuidarse los ojos", según me explicó. Ella trabaja al sol, vendiendo jabitas de nylon para los clientes del mercado agrícola de la calle Tulipán. La inclemente claridad del mediodía le fastidió la vista, pero ese no es el peor de sus problemas. "Tenemos un mecanismo de alarma para saber cuando vienen los policías, aunque a veces llegan de civil y nos cogen desprevenidas". El mes pasado pagó una multa de 1.500 pesos por dedicarse a la venta ilícita y esta semana le pusieron una carta de advertencia por reincidir en el mismo delito.

Si uno lee textos como el de Randy Alonso sobre la ausencia de bolsas en las tiendas recaudadoras de divisas, podría llegar a creer que el desvío de este recurso termina en manos de unos inescrupulosos comerciantes. Sin embargo, basta conocer a Verónica para darse cuenta de que su negocio tiene más de miseria que de lucro. Con cuatro décadas trabajadas como auxiliar de limpieza en una escuela, la señora recibe ahora una pensión que no supera los diez dólares al mes. Sin la reventa de jabitas, tendría que dedicarse a la mendicidad, pero asegura que "primero muerta que pedir dinero por las calles". Ella no es culpable, sino víctima de un orden de cosas que la ha empujado a la ilegalidad para sobrevivir.

Llevarse los productos en las manos a falta de bolsas es algo que molesta a cualquier comprador. Pero comprobar que uno de los grandes voceros del actual sistema desconoce los dramas humanos que llevan al desvío de las jabas de nylon, irrita aún más. No se trata de gente desalmada que se dedica a enriquecerse con el fruto del desfalco al Estado, sino de ciudadanos cuya indigencia económica los lleva a revender cualquier producto que llegue a sus manos. Verónica está ahora mismo a las afueras de algún comercio, con las viejas gafas oscuras que le regalaron y musitando "tengo jabitas, tengo jabitas a un peso cada una".

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