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El desmoronamiento

Yoani Sánchez

26 de abril 2016 - 09:42

Hay finales épicos, de película. Sistemas cuyos últimos minutos transcurren entre el ruido de los martillos que derriban un muro o el rugido de miles de personas en una plaza. El castrismo, sin embargo, transita por una agonía sin imágenes gloriosas ni heroicidades colectivas. Su mediocre desenlace se ha hecho más evidente en los últimos meses, en que las señales del desmoronamiento ya no pueden ocultarse tras la parafernalia del discurso oficial.

El epílogo de este proceso, que una vez se hizo llamar Revolución, está salpicado de hechos ridículos y banales, pero que son ‒eso sí‒ claros síntomas del final. Como una mala película, con un guion apresurado y pésimos actores, las escenas que ilustran el estado terminal de este fósil del siglo veinte parecen dignas de una tragicomedia:

Los créditos comienzan a pasar y en la sala donde se proyecta esta pésima cinta apenas quedan espectadores. Unos se cansaron y se fueron, otros se quedaron dormidos durante la prolongada espera, unos pocos vigilan los pasillos y exigen que desde las butacas todavía salgan sonoros aplausos. Tras el proyector, un hombre anciano quiere colocar el nuevo rollo que alargue el interminable celuloide... pero ya no queda nada. Todo ha terminado. Solo falta que el cartel de "fin" aparezca en la pantalla.

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