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Padrazo

Yoani Sánchez

19 de junio 2014 - 07:30

La Habana/Ricardo ha criado solo a sus dos hijas. Una mañana de agosto despertó y su mujer se había ido. Después supo que la habían interceptado en altamar y que pasó meses en la Base Naval de Guantánamo antes de llegar a Estados Unidos. Por aquel entonces la más pequeña de las niñas todavía dormía en cuna y la mayor aprendía sus primeras letras.

Le tocaron momentos difíciles. La agresividad de la abuela materna que no respetaba su patria potestad. “Esas niñas necesitan una mujer”, le gritaba airada cada vez que lo veía. En el pueblo tampoco se le hizo fácil. Un hombre abandonado puede pasar desapercibido en La Habana, pero en provincia es una burla constante, la comidilla de todos los vecinos.

Se tuvo que enfrentar a todo sólo. Debió explicarles a sus hijas lo que significa comenzar a menstruar y también la importancia de usar condón. También ha hecho las largas colas en la farmacia para comprarles almohadillas sanitarias y vendido algunas de sus pertenencias para adquirirles más algodón cada mes. Se especializó en planchar sayas de uniforme, coser medias y quitar liendres del pelo. Las trenzas al principio le salían flojas y los lazos se caían a los pocos minutos, pero después ya era todo un maestro.

Nunca más ha vuelto a dormir la mañana. Siempre hay alguna de sus “mujeres” que debe levantarse temprano y él le prepara el desayuno y la despierta. Les guarda su propio pan del racionamiento para que puedan comer un poco más. Una de ellas dice que los mejores chícharos de todo el país los hace su “papi”, mientras la otra le pide aún que le revise lo que escribe.

No les habla mal de su madre. Prefiere ilusionarlas con que en algún lugar de California, una señora de mirada triste aguarda reencontrarse con sus hijas. Pero las cartas no llegan hace más de una década y la última vez parecía más preocupada por sus problemas de desempleo que por las niñas que dejó en Cuba.

Ricardo, pudo haberse desentendido y hacer lo que tantos otros. La sociedad cubana nunca lo hubiera culpado por mandar a sus hijas a la casa de la abuela. En fin de cuentas el refrán popular lo justificaría al asegurar que “padre es cualquiera”. Su caso, sin embargo, no es tan raro. Lo que ocurre es que su historia se pierde entre tantas urgencias de nuestra cotidianidad.

Hoy ha salido temprano, sin hacer ruido, quiere pelarse y comprarse un poco de ron para celebrar el día de los padres. Es domingo, “las niñas” dormirán hasta tarde y ya en la cocina suena la olla donde ablanda unos frijoles.

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