La estampida de venezolanos pone en jaque a América Latina
Bogotá/ La Habana/A mi lado, una mujer con dos niños solloza mientras recuerda su Caracas natal. En la oficina del Servicio de inmigración y naturalización de Bogotá se escucha por todos lados el acento venezolano, una multitud de exiliados que han llegado desde el país vecino casi con lo puesto y que tienen aún el gesto azorado de la partida.
En otra parte de la capital colombiana, cerca de la Plaza de Bolívar, un joven vende arepas muy baratas en un pequeño carrito ataviado con la bandera de las ocho estrellas. Me cuenta que dejó del lado de allá de la frontera a sus dos hijos y que está esperando hacer algo de dinero para juntar a la familia "en un país seguro".
A pocos metros, otro hace de estatua viviente de Simón Bolívar, con el uniforme abotonado, la mirada triste y una espada en la mano. La escultura respira bajo la fina lluvia bogotana y parece simbolizar la caída en desgracia de una nación. Desde las cumbres libertarias, pasando por los caminos del populismo hasta llegar a los abismos de la diáspora.
Casi en cada punto de la geografía colombiana se hallan los desplazados del régimen de Nicolás Maduro. Algo similar a lo que ocurre en Ecuador, Brasil y Perú, aunque también llegan hasta Chile y Uruguay
Casi en cada punto de la geografía colombiana se hallan los desplazados del régimen de Nicolás Maduro. Algo similar a lo que ocurre en Ecuador, Brasil y Perú, aunque también llegan hasta Chile y Uruguay, amén de los que han dado el salto del Atlántico y se refugian en Europa o los que han logrado entrar en territorio estadounidense.
Atrás dejaron su casa, su barrio y sus amigos. Son el más reciente capítulo del éxodo latinoamericano, pero esta vez protagonizado por ciudadanos de un país donde hace apenas unos años el ejecutivo prometía un futuro de oportunidades para todos. Escapan del fracaso de un sistema, ponen tierra de por medio entre sus cuerpos y los sueños rotos.
Las cifras de esta escapada apenas empiezan a conocerse. Según datos oficiales, a finales de agosto de 2018 residían en territorio colombiano 935.593 venezolanos, pero el número real promete ser mucho más elevado. En las esquinas, en los semáforos, a las afueras de los mercados se les ve, con la mirada extraviada del que intenta comprender el nuevo contexto y cierto gesto de alivio por haber podido escapar.
Las autoridades de los países receptores también muestran cierta desorientación. La mayoría han tenido una larga tradición de emigrar y ahora se enfrentan al reto de acoger a sus vecinos. La respuesta institucional es torpe en la mayoría de los casos y, en otros, poco hospitalaria. El éxodo ya ha tenido respuestas xenófobas en algunas comunidades.
Una de las regiones más afines del planeta, con una mayoría de países que comparte lengua y costumbres, no logra hilvanar políticas conjuntas para aliviar el drama de estos exiliados
Una de las regiones más afines del planeta, con una mayoría de países que comparte lengua y costumbres, no logra hilvanar políticas conjuntas para aliviar el drama de estos exiliados. La entrega de permisos de trabajo, la cobertura sanitaria, el acceso a la educación pública de los infantes venezolanos y la homologación de títulos se da en niveles diferentes en cada nación de acogida, sin un frente común.
El continente en que hace pocos años se estrecharon las manos los abanderados del socialismo del siglo XXI, que proclamaban una América para todos, no logra ahora responder de manera acertada e inclusiva ante esta crisis humanitaria. Los conflictos territoriales y la incapacidad para trabajar mancomunadamente están haciendo más difícil el éxodo a los venezolanos.
Como dato curioso, la ruta de la escapada no incluye Cuba. La Isla no aparece en el mapa de destino de estos migrantes. Por un lado, porque no es recomendable refugiarse de un mal justo en el lugar que promovió y apoyó la implantación del sistema del que se huye. Por otro, porque tras la falsa imagen de un país solidario, la legislación cubana es una de las más estrictas para obtener la residencia o acoger desplazados.
Pero el drama no lo viven solo los que han partido, sino los que se quedan. La masiva salida de ciudadanos está provocando una descapitalización acelerada del país sudamericano, que será uno de los saldos más negativos y difíciles de superar. La infraestructura puede repararse y el capital volver, pero el efecto de la emigración masiva llega a ser irreversible.
"Si no te gusta te vas", han repetido los acólitos de la Plaza de la Revolución durante décadas y ahora Nicolás Maduro hace suyo también ese desprecio y se burla de los emigrantes
Se van los más atrevidos, los más preparados y probablemente los más inconformes. Tal y como ocurre en Cuba, la fuga incesante de nacionales va dejando una población aletargada y un país más fácil de controlar. Quienes nos quedamos debemos ir acostumbrándonos a las despedidas y a las ausencias. Pocos de los que se fueron terminan volviendo.
"Si no te gusta te vas", han repetido los acólitos de la Plaza de la Revolución durante décadas y ahora Nicolás Maduro hace suyo también ese desprecio y se burla de los emigrantes que están "lavando pocetas en Miami". Para ambos regímenes, el exilio es cosa de débiles, el refugio de los egoístas que no quisieron incinerar sus vidas en el crisol de la causa.
En ambos casos, el discurso oficial ha pasado por negar la escapada, cargar la mano con adjetivos denigrantes contra los que huyen o culpar a terceros por la salida incesante de nacionales. Tanto Caracas como La Habana se desentienden también del cuidado de sus exiliados, a los que ven solo como posibles emisores de remesas, pero no como ciudadanos con derechos.
La emigración masiva es una sangría que debilita a cualquier país. Cada venezolano que ahora mismo desanda las calles de Bogotá, Quito o Río de Janeiro es un proyecto de vida que se perdió dentro de su patria.
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