Un extraviado monosílabo
Un poema –en los años noventa– ironizaba sobre la desaparición de varios productos agrícolas de las mesas cubanas*. Su autor nunca firmó los simpáticos versos, pero el estilo mordaz señalaba directamente a un conocido escritor. Eran los años en que el CAME se había ido a bolina junto con el campo socialista y nuestros ombligos se aproximaban –dolorosamente– al espinazo. Las viandas parecían haber partido hacia el exilio, dejándonos un punzante recuerdo de su blandura.
El boniato, el plátano y la yuca regresaron más tarde, cuando la explosión social de 1994 obligó al gobierno a abrir los satanizados mercados libres. Encontramos sobre sus tarimas las variedades de tubérculos que habían acompañado asiduamente los platos de nuestros abuelos, pero a un precio que no se correspondía con los simbólicos salarios que recibíamos. Aún así, allí estaban. Con exprimir un tanto los bolsillos podía hacerse un suave puré de malanga, para iniciar a un bebé en las lides de la comida.
Mientras esos productos nacionales regresaban, llegaron algunos foráneos a suplantar a los criollos. En los hoteles comenzaron a comprarse naranjas y mangos de República Dominicana, flores de Cancún y piñas de otras Islas del Caribe. En las cocinas se hizo común un extracto importado de limón para suplir el perdido cítrico tan usado en salsas y adobos. La azúcar se trajo de Brasil y un paquete de zanahorias congeladas era más fácil de hallar que las larguiruchas que crecían bajo nuestra tierra. Sólo la guayaba no encontró competencia en las desacertadas importaciones y se irguió –dignamente– en sustitución de todas las otras frutas perdidas.
El colmo me ha llegado hace un par de semanas, cuando al recibir la cuota de sal que dan por el racionamiento, he comprobado que viene de Chile. No logro conciliar nuestros 5 746 kilómetros de costas con este paquete blanco y azul transportado desde el Sur. Si nuestro mar sigue igual de salado, qué fue lo que ocurrió para que sus minúsculos cristales ya no lleguen a mi salero. No ha sido la naturaleza –no le echemos otra vez la culpa a ella– sino este sistema económico disfuncional, esta apatía productiva y la tremenda subestimación a todo lo nacional que nos embarga. Tampoco ha sido el bloqueo.
Ahora, habría que rehacer el sarcástico poema de los productos extinguidos y agregarle un breve y extraviado monosílabo: sal.
*
La yuca, que venía de Lituana
el mango, dulce fruto de Cracovia
el ñame, que es oriundo de Varsovia
y el café que se siembra en Alemania.
La malanga amarilla de Rumania
el boniato moldavo y su dulzura
de Liberia el mamey con su textura
y el verde plátano que cultiva Ucrania.
Todo eso falta y no por culpa nuestra
para cumplir el plan alimentario
se libra una batalla ruda, intensa.
Y ya tenemos la primera muestra
de que se hace el esfuerzo necesario:
hay comida en la tele y en la prensa.--