El fantasma de Pravda
Las noticias más importantes que aparecen en la prensa cubana no vienen con un título que delate su contenido. Bajo el calificativo de “Información a la población”, “Nota del Ministerio del Interior” o “Declaración del Consejo de Estado”, nos enteramos de los hechos más trascendentes. Este lunes ha sido el Granma el que –con letras inmensas– anunciaba una “Información a nuestro pueblo”. Rápidamente los viejitos compraron todos los periódicos en los estanquillos y subieron, a dos pesos, el precio de reventa de un ejemplar del órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.
“Granma está autorizado a informar” confirmaba el rotativo, como en sus tiempos lo hicieran las páginas del periódico soviético Pravda. La expresión me hizo reparar en cuántas noticias le han ordenado no decir a nuestro diario de mayor tirada, y con qué disciplina ha cumplido esa orientación de callar. Me sacudí las reminiscencias estalinistas de la primera plana y pasé a la lectura. Después de un par de párrafos ya me quedaba claro que no sólo el diseño recordaba lo peor de la prensa rusa antes de la Glasnost, sino también el tono y las amenazas. Con la advertencia de que “cualquier intento de violar la ley o las normas de convivencia social recibirá una rápida y enérgica respuesta”, el editorial advierte a los especuladores, acaparadores o vendedores del mercado informal del castigo que les espera.
Confusión especial me ha dejado un pequeño párrafo que –en el centro de tan pravdiana composición- señalaba: “Así se actuará invariablemente ante tales hechos y contra toda manifestación de privilegio, corrupción o robo...”. Cómo podrá dar abasto la Fiscalía General de le República ante tantos privilegios, otorgados a la fidelidad ideológica, que abundan en esta Isla. Se incluirán en estos excesos que serán penalizados la casita en la playa en la que el teniente coronel vacaciona con su familia, la jabita con pollo y detergente que le dan al censor para que filtre las páginas web, el acceso a precios preferenciales que reciben los delatores y los “quebrantahuesos” de la Seguridad del Estado. Son esos los privilegios que veo a mi alrededor, pero no creo que Granma se haya lanzado en una cruzada contra ellos. Eso sería un acto de autofagia.
“Amenaza a nuestro pueblo” debería titularse este texto, pues todos somos incluidos en las duras palabras que parecen estar destinadas sólo a los delincuentes. Lo leo así, porque quién en este país no traspasa la línea de la ilegalidad para comprar algo; qué ciudadano no depende del mercado negro; cuántas familias no viven del desvío de recursos ante la indigencia de sus salarios, cuáles son los mecanismos de distribución que no estén plagados de corrupción –tan repudiable, pero que el propio Estado ha tolerado, porque es una de las válvulas de escape para impedir la explosión social–. El fantasma de Pravda no es el único que he percibido con la lectura de este texto, sino el de la radicalización, la mano dura y el Estado de emergencia. Esa situación de constante batalla contra algo, en la que tan cómodamente parecen sentirse nuestros gobernantes.