¿Qué hiciste cuándo vinieron buscando al inconforme?
Mi predisposición a respetar las diferencias se ha puesto a prueba con la “Carta en rechazo a las actuales obstrucciones y prohibiciones de iniciativas sociales y culturales”. Llegado a través del correo electrónico, el texto recoge la voz desencantada y urgida de un grupo de intelectuales y académicos. Entre ellos descubro algunos de los nombres que en el lejano 2007, con cierta ingenuidad, contribuyeron a levantar el mito de las reformas raulistas”. En ese momento hablaban de medidas por implementar, de ajustes y transformaciones -más estéticos que sistémicos- que se debían aplicar. Dos años después, parecen tremendamente alarmados por el rumbo que ha tomado el país. Con sus artículos apuntalaron la hipótesis de que el proceso cubano podría reinventarse a sí mismo, como si este absurdo en el que vivimos fuera un guión escrito por la mayoría y no la rígida pauta que sale de una sola oficina.
No seré de los que culpen a otros porque se han demorado demasiado en pronunciarse. Yo, que callé durante casi treinta años, no tengo derecho a juzgar a quienes han llevado la máscara del conformismo, la pasiva faz del que no quiso meterse en problemas. Celebro cualquier iniciativa que saque a la luz ese río de críticas que ha estado apresado en las cavernas de nuestro miedo durante varias décadas. Tenderé entonces mi mano -sin hacerles reproches- a los que asuman el riesgo de expresarse, porque así disminuirá en ellos el temor de pasar del aplauso mecánico a la crítica abierta.
La carta se destaca por varias ausencias, especialmente en la lista de los hechos que prueban el “incremento del controlburocrático-autoritario”. Faltan en esa relación los amargos sucesos del 10 de diciembre pasado, el aumento de los llamados mítines de repudio, los hostigamientos a varios opositores y el empleo de la violencia física contra muchos de ellos. Mención especial merece la utilización que se hace del término “contrarrevolución”, asumiendo los firmantes ese lenguaje degradante y excluyente que brota de las tribunas. Sorprende ver a profesores, economistas y graduados universitarios clasificando con tanto esquematismo a sus conciudadanos. Me asusta esa sociedad que intuyo en este documento, donde se podrá hablar abiertamente de trotskismo, anarquismo o socialismo pero seguirán igual de amordazados los socialdemócratas, los demócratas cristianos y los liberales. Si esa es la propuesta, lo siento mucho, pero ese no es el país donde quiero que crezcan mis nietos.
No creo que vivamos una re-pavonización, porque al fin y al cabo el rígido Luis Pavón no tuvo potestad para lanzar a la calle una turba que gritara y golpeara; tampoco su poder llegaba para condenar a penas de hasta treinta años a ninguna persona. Los oscuros censores de aquel quinquenio gris, carecían de autoridad para mantener el cerco de vigilancia alrededor de una casa, intervenir una línea telefónica o arrestar –sin llevarlo a una estación de policía- a un periodista independiente o a un blogger. No es un retorno de los inquisidores de la cultura lo que estamos viviendo, sino la vuelta de tuerca de un sistema agonizante y carente de argumentos, la caída del último velo que ha dejado al descubierto el feo rostro del autoritarismo.