¡Con nuestros hijos no!
El canadiense James McTurk acusado de abuso infantil en Cuba
Foto: THESTAR.COM
Hace apenas tres semanas varios activistas cubanos visitamos Estocolmo, para participar en el Internet Freedom Forum. Los mejores momentos de nuestra estancia allí no sólo fueron durante las sesiones en el evento tecnológico, sino también a lo largo del programa de actividades paralelas. Resultó sumamente interesante la visita a la organización no gubernamental ECPAT que se enfoca en el combate contra la pornografía, la prostitución y el tráfico infantil. Como suele ocurrir, la explicación de su labor nos llevó a reflexionar sobre la incidencia de hechos tan condenables también en la realidad cubana. Lo primero que nos saltó a la vista fue la ausencia de una entidad u ONG que se dedique específicamente a ese tema dentro de la Isla. Al menos hasta donde los ciudadanos sepamos, aunque no es de dudar que ante el Examen Periódico Universal en la ONU, algún grupo oficial se haya autotitulado defensor de las víctimas de depredadores sexuales.
Si el muro del malecón habanero hablara… nos contaría de todos esos jóvenes entre 16 y 18 años que ofrecen su cuerpo a los turistas por unos cuantos dólares. Aunque los hay aún más niños en el comercio de la carne, justo en esa franja de edad la desprotección jurídica es total, pues la legalidad imperante en Cuba los considera adultos. De esa manera quedan al margen de cualquier estadística y del consiguiente programa de prevención y amparo que ofrecen organismos internacionales como la UNICEF. Los casos de adolescentes forzadas sexualmente por padrastros, tíos, hermanos mayores o familiares cercanos, abundan en los pueblos cubanos. Una muchacha de doce, trece o catorce años embarazada por un adulto, se percibe como algo común especialmente en las zonas rurales del país. Ni hablar de las relaciones carnales entre profesores y alumnas de secundaria y preuniversitario, que han pasado a formar parte de la normalidad de nuestra existencia.
Recientemente el canadiense Jaime McTurk fue condenado en Toronto por varios delitos sexuales contra niños en Cuba, incluyendo algunos de tres años. La historia no se ha publicado en los medios nacionales, aunque el depredador estuvo 31 veces en nuestro país entre 2009 y 2012. No resulta creíble que unas autoridades migratorias tan diestras en detectar si un cubano puede entrar o no a su propio país y unos oficiales de aduana entrenados para encontrar una laptop o un teléfono móvil en el equipaje, no se hayan dado cuenta de que algo estaba mal con ese señor. Triste también que siendo este uno de los males que aqueja a nuestra sociedad, ni siquiera se permita a los padres alarmados conformar un grupo de denuncia ciudadana contra pedófilos y además brindar apoyo solidario a las víctimas de estos criminales. En medio de tantos temas sociales que está tocando la incipiente sociedad civil de esta Isla, como la dualidad monetaria, los bajos salarios, la necesidad de reformas políticas y partidistas, urge que abordemos también un problema tan sensible. ¡Con nuestros hijos no! habría que decirle a todos esos abusadores foráneos y nacionales.