La intelectualidad cubana: debatir o esconderse

Yoani Sánchez

27 de mayo 2012 - 04:35

¿Qué es un académico? ¿Qué es un intelectual? Son algunas de las interrogantes que me han atormentado durante años, incluso desde antes de graduarme en Filología Hispánica. Sumergida en la insolencia adolescente, creí en algún momento que para ser lo uno o lo otro era necesario asumir ciertas poses, gestos, seseos y hasta formas de vestir o de fumar. Con el tiempo, comprendí que la erudición no tiene que venir acompañada por una barbita puntiaguda, una mirada desde arriba, unas gafas a media nariz ni una de esas boinas ladeadas que tanto gustan a nuestros estudiosos. Conocí personas que llevaban a la par los conocimientos y la audacia, la sapiencia y la espontaneidad, un inmenso bagaje cultural y una humildad encomiable. Muchos de ellos ni siquiera lograron un diploma universitario ni publicaron un solo libro. También advertí que, frecuentemente, el mundo intelectual cubano no se estructura sobre la base de la sabiduría, sino del oportunismo y de la fidelidad ideológica. Ejemplos sobran de “honoris causa” otorgados como premio a la militancia, en lugar de galardonar con ellos las aptitudes profesionales. Abundan también -lamentablemente- los expulsados o relegados en centros de investigación por motivos de estricto corte político y no científico.

Pero más allá de las apariencias, como marca de una cofradía sabia o de las muestras de lealtad al gobierno que profesan tantos de nuestros ilustrados, hay una característica que se repite alarmantemente en la intelectualidad nacional: se trata de su incapacidad para sostener un debate con personas que dentro de la Isla no pertenecen a las instituciones santificadas y creadas desde el poder; su ineptitud a la hora de aceptar el reto de la discusión con quienes piensan diferente. Un académico cubano viaja de La Habana a San Francisco y tolera que desde el público cualquier norteamericano le haga preguntas y cuestionamientos que jamás admitiría ni siquiera escuchar en su propia patria. Toma un vuelo para participar en LASA 2012 y parece dispuesto a sentarse en un panel donde hay perspectivas liberales, demócratas y anti-totalitarias a las que jamás daría cabida aquí. Para colmo, la intervención que pronuncia fuera de nuestras fronteras es –a las claras- unos grados más atrevida y crítica que la dicha ante sus alumnos, sus lectores o sus colegas en Cuba. Sin embargo, una vez de regreso al territorio insular, si se le convoca a un intercambio de ideas desde la sociedad civil, la oposición o la escena alternativa, hace como que no escuchó la invitación o insulta a la contraparte. Denigra, se convulsiona, llama a Papá Estado para que lo defienda; todo eso y más antes que aceptar el intercambio de argumentos y posiciones que tan urgentemente necesita nuestro país. En fin, se esconde.

Así que ya he pasado la etapa de buscar en los diccionarios y los manuales la definición de lo que es un hombre sabio. No voy a describir aquí todos los puntos que me ayudan a hacerme una idea muy personal de la cultura de cada quien, pero les diré cuál es la característica que encabeza mi muy subjetiva lista. Se trata del arte para la polémica y la controversia que tenga una persona, de su disposición a escuchar incluso las tesis más antagónicas o los criterios más enfrentados. Admiro a quienes son capaces de debatir con el contrincante ideológico o académico sin caer en la arrogancia, la violencia verbal o la ofensa personal. No me molesta que algunos se vistan con lo que creen es la indumentaria de un intelectual, ni siquiera que digan coincidir ciento por ciento ideológicamente con el gobierno que –casualmente- les paga su salario. Lo que me irrita y decepciona es que, siendo supuestamente la vanguardia de la palabra y el pensamiento de esta nación, se nieguen a usar el verbo y las ideas en el debate, evadan su compromiso científico de buscar la verdad teniendo en cuenta todas las variables.

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