José Conrado
Un domingo inusual, con apenas veintitrés grados en Santiago de Cuba, lo escuché hablar desde el altar. Más de doscientas personas asistían a su sermón en la iglesia de madera de un barrio pobre con las montañas como fondo. A mí, que las liturgias me aburren, me sorprendió verlo oficiar desde la realidad y tomar a Jesús como referencia para abordar el día de hoy. José Conrado es un hombre difícil para quienes están acostumbrados a dirigirse –sólo ellos– a una multitud. Un santiaguero campechano y risueño, capaz de cantarle las cuarentas a quien ose entristecer a su congregación. Evidencia molesta para los que callan y hueso duro para aquellos que acostumbran a poner mordazas.
Por eso, no me ha sorprendido verlo recoger el sentir de tanta gente y dirigirle una carta abierta a Raúl Castro. Percibo que no espera respuesta a su misiva: ya la tiene. Es ese rezo callado que sale de cada uno de sus feligreses, la manera que claman por los cambios, sin alzar la voz. En su pequeña Iglesia de Santa Teresita ya se ha dicho todo y -yo que estuve allí- les digo que tiene el tono de la súplica, del que no puede, ni debe, esperar más.