Kapuśchiński y las murallas

Yoani Sánchez

24 de enero 2014 - 22:34

Aquella casa tiene un guarda vecinos con hierros puntiagudos y erizados, la de al lado una enorme reja con doble cerradura. En la puerta de ciertas oficinas una cartel nos sale al paso “Sólo para personal autorizado” y en los alrededores del Consejo de Estado los custodios armados se suceden cada cien metros. Protegerse del otro, evitar el contacto, alejar al extraño, son los objetivos de estos parapetos físicos y legales. Los mismos que el maestro Ryszard Kapuśchiński describía en su artículo “Las cien flores del dirigente Mao”, durante su viaje a China.

En ese texto vívido y agudo, el periodista polaco nos acerca a la manía humana de construir obstáculos que nos separen del diferente. El ejemplo perfecto resulta ser esa serpiente de ladrillos, piedras y disímiles materiales que surca la geografía del gran gigante asiático. Todo para defenderse –o aislarse- de quienes quedaron al otro lado de la tapia. En el caso cubano ha sido más sencillo, pues ha estado el mar alejándonos del resto del planeta. Una franja de agua salada que le ha servido de maravilla al discurso político de la “plaza sitiada” y del “enemigo” en la otra orilla. Todo por miedo, por puro miedo a la diversidad.

Kapuśchiński reflexionaba sobre los costos humanos y materiales de la construcción –real o discursiva- de las murallas. El mismo ejercicio podríamos intentarlo en nuestro país. ¿Cuánto nos ha costado el aislamiento? ¿Qué cantidad de recursos se ha gastado en trincheras, túneles para la guerra, campañas diplomáticas agresivas, adoctrinamiento escolar para fomentar la idea del enemigo extranjero? ¿Qué cantidad de vidas se han destruido, empequeñecido o terminado a causa de esos muros levantados para el beneficio de unos pocos? “La muralla no sólo sirve para defenderse… permite controlar lo que sucede en el interior” –se lee en Viajes con Heródoto- y duele que sesenta años después siga siendo una realidad en tantos sitios.

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