Las lecciones de Lope de Vega
La Habana/Un amigo que visitaba por primera vez Cuba me preguntó por qué el Gobierno no lograba acabar con el llamado paquete de audiovisuales que se distribuye de forma ilegal. "Basta que detecten quién lo hace y comercializa, para que puedan pararlo", especulaba el joven. Le recordé entonces la obra Fuenteovejuna, escrita por Lope de Vega. En tres actos, el importante dramaturgo español narra cómo un pueblo se rebela contra el abuso de poder. Los pobladores se unen ante la injusticia y asumen juntos la autoría por la muerte del opresor local. "¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor", nos enseñó el teatro del Siglo de Oro y lo hemos puesto en práctica –al menos– en la compilación y distribución de programas, documentales y otros materiales digitales.
Mi amigo escuchaba incrédulo mi explicación, así que le puse un ejemplo más concreto. Hace unos meses viajé a España para participar en un evento de tecnología. Antes de despedirme, mis familiares y amigos me pidieron algunos encargos, como es común en un país tan desabastecido. Sin embargo, a diferencia de otros tiempos en que uno partía con un montón de plantillas de zapatos y tallas de ropa, esta vez los pedidos eran muy diferentes. El vecino del piso tres quería la actualización del antivirus Avast y que le descargara un curso de contabilidad de pequeños negocios. Dos primos anotaron los datos de un videojuego –con todas sus updates– para que se lo trajera. El marido de una sobrina me pidió unas revistas en PDF sobre diseño industrial y casi todos coincidieron en que una copia offline del sitio Revolico sería fantástica.
La lista de cosas a traer me resultó muy significativa. Alternaban el jabón y el desodorante –ausente por esos días de las tiendas– con los drivers para una laptop de un conocido que perdió los discos de instalación. El vendedor de dulces de la esquina me pidió una enciclopedia digital de repostería y un amigo que aprende a manejar, necesitaba un simulador para PC. Una colega fotógrafa se apuntó para que le descargara unas apps de Android que permitieran hacer retoques a imágenes y una parienta que aprende inglés, me exigió todos los capítulos de un Podcast para practicar ese idioma.
Las dos noches que me pasé en Granada apenas dormí unas horas, porque la lista de lo que tenía que bajar de Internet era muy larga. Aproveché la conectividad e hice download también a medio centenar de charlas TED, para traer a la Isla algo de ese viento fresco de emprendedores y gente creativa. Renombré algunos ficheros para encontrarlos mejor en las numerosas carpetas que contenían los pedidos y regresé a La Habana. En menos de 48 horas los encargos estaban entregados, hasta un curso de pilates en video que me pidió el dueño de un gimnasio cercano y la galería digital para un profesor universitario al que le urgían imágenes de arte egipcio. Todos estaban satisfechos.
Pasaron varias semanas y un día me llegó la última actualización del paquete que estaba circulando. Para mi sorpresa, las TEDTalk que estaban incluidas en él eran exactamente los mismos ficheros que yo había bajado de la web y posteriormente renombrado. Así pude comprobar que todos –de una manera u otra– formamos parte y alimentamos esa cartelera alternativa que circula de mano en mano.
Pobre Comendador, ya sabe que el paquete es "todos a una, señor", como nos enseñó Lope de Vega.