¿Llegamos o no llegamos?
Una sensación de cuerda tensada, de asfixia colectiva, siento por estos días en las calles. Raro diciembre éste, en el que no oigo a nadie lanzar pronósticos para el nuevo año. Ni siquiera el tímido vaticinio de que el 2008 quizás nos traiga “cosas mejores”. Las expectativas nos las gastamos en la Noche Vieja anterior, cuando conjeturamos que con el 2007 vendrían las ansiadas aperturas económicas y los necesarios cambios políticos.
A finales de julio estaba claro que las cosas irían mucho más lentas de lo que creíamos. Las últimas semanas de este diciembre nos han dejado la convicción de que “por allá arriba” se está “comprando tiempo”. Anuncios de agua potable todo el día, de caminos reparados y de nuevos ómnibus circulando en la ciudad, son el repertorio de lo que se nos promete. Todas estas metas me recuerdan las ansiadas conquistas de cuarenta o cincuenta años atrás, pero qué limitadas, tardías y falsas me parecen ahora.
A falta de esperanzas compartidas y de propósitos enunciados, voy a hacer mi propia lista de anhelos. Una sencilla y clara enumeración de deseos para este año bisiesto que comienza mañana. A la cabeza de esos empeños estará, que en el próximo diciembre, no tengamos esta sensación de “otro año que se nos fue sin habernos traído lo que tanto deseamos”.
¡Feliz 2008!