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México se está quedando sin lágrimas

Movilización en el DF por los 43 desaparecidos. (Twitter de Juan Manuel Karg)
Yoani Sánchez

24 de noviembre 2014 - 06:50

Cuando visité México por primera vez me impresionó su tremendo potencial y sus enormes problemas. Quedé impactada por una cultura cuyo calendario se pierde en el tiempo, sobre todo si la comparamos con la historia de una Cuba todavía adolescente. Sin embargo, lo más chocante resultó la frecuente advertencia y el consejo que me brindaron amigos y conocidos sobre la inseguridad y los peligros que podían aguardar en cada calle.

El testimonio más desgarrador de aquella visita, lo escuché de boca de Judith Torrea, periodista española radicada en Ciudad Juárez y que reunía historias de madres cuyas hijas adolescentes nunca volvieron de sus trabajos o de sus centros de estudios.

Me dolió comprobar cómo la muerte violenta se había vuelto algo cotidiano en diferentes zonas de ese hermoso país. La Catrina ya no sonreía, sino que sus cuencas vacías parecían una triste premonición de lo que le faltaba por vivir a México. La desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ha superado en horror lo que ya estaba padeciendo una sociedad donde la corrupción, la ineficacia jurídica y el brazo armado del narcotráfico campean por su respeto desde hace mucho tiempo. Como si a una población ya desgarrada por las pérdidas se le pudieran agregar nuevas heridas.

Como si a una población ya desgarrada por las pérdidas se le pudieran agregar nuevas heridas

Cada uno de esos jóvenes desaparecidos tenía alrededor de la edad de mi hijo Teo, algunas fotos hasta me recuerdan su cara trigueña y sus ojos achinados. Él podría ser cualquiera de esos que un día salió de la escuela y decidió protestar contra el status quo. Todo apunta a que el poder político local, mezclado con los cárteles de la droga, terminó de manera violenta con la vida de quienes aún tenían lo mejor de su existencia por delante. Las últimas semanas los familiares han pasado de las lágrimas a la esperanza y nuevamente al dolor. Hasta que no se confirme el triste final, ninguno quiere darlo por hecho, pero los indicios apuntan al peor de los escenarios.

México se está quedando sin lágrimas. A América Latina le corresponde acompañar a esa nación entrañable en la búsqueda de respuestas a la desaparición de los estudiantes, pero también a la solución de los graves problemas sociales e institucionales que la han provocado. A los ciudadanos, por nuestra parte, nos toca la solidaridad, el compartir el dolor y la ira. Que nadie vuelva a mirar a su hijo a los ojos sin recordar a los que faltan.

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