De conveniencias y geografías

La ministra de educación de Cuba, Ena Elsa Velázquez Cobiella. (Twitter)
La ministra de Educación de Cuba, Ena Elsa Velázquez Cobiella. (Twitter)
Yoani Sánchez

01 de septiembre 2019 - 16:27

La Habana/La torpe estrategia de comunicación de los funcionarios oficiales en las redes sociales ha tenido esta semana otro tropiezo. Esta vez la metedura de pata ha corrido a cargo de la ministra de Educación, Ena Elsa Velázquez, quien ha dirigido sus palabras contra los emigrados. "Los que no viven en Cuba no tienen derecho a criticarnos", escribió este sábado en su cuenta de Twitter.

A la segregación por ubicación geográfica, Velázquez agregó otro matiz para definir a quienes están autorizados a cuestionar al oficialismo de la Isla. "Aceptamos las críticas de los que están junto a nosotros y están dispuestos a compartir nuestras carencias y buscar soluciones", aclaró la funcionaria en un tuit que en pocas horas acumuló decenas de respuestas

En el molde tan estrecho que definió la ministra caben solo unos pocos elegidos. Según ella, solo puede criticar aquel que viva en territorio nacional, que deje claro que es "fiel a la causa", atraviese un calvario de problemas materiales con una sonrisa en el rostro y proponga, además, soluciones que no pasen por un cambio de régimen, una crítica a los líderes del proceso ni una opinión negativa hacia el modelo impuesto.

Solo así, con la reverencia debida, ese militante intachable y "revolucionario" a prueba de dudas podría emitir un criterio que no sea una loa. El problema es que los ejemplos acumulados en seis décadas indican que ni siquiera en ese caso será bien recibido su cuestionamiento y que el castigo, el fusilamiento de la reputación o el plan pijama es lo que espera a quienes pasen del aplauso a la crítica.

Solo puede criticar aquel que viva en territorio nacional, que deje claro que es "fiel a la causa", atraviese un calvario de problemas materiales con una sonrisa en el rostro

Las declaraciones de la ministra obedecen también a una tradicional estrategia de la Plaza de la Revolución con respecto al exilio. Tomar de los emigrados todo lo que sean recursos, remesas y apoyos para causas oficiales, pero apartarlos de la posibilidad de decidir, influir y criticar el modelo político y económico que rige en el país. Una táctica que promueve y se beneficia de los dólares que mandan estos cubanos dispersos por el mundo, pero los amordaza ante los temas internos.

Fue esa misma pauta la que se siguió cuando no se permitió que la diáspora cubana pudiera participar con su voto en el referendo para ratificar la nueva Constitución. De haber podido tener "voz y voto" en esa Carta Magna, los emigrados hubieran engrosado en buena medida los números que obtuvo el No y eso bien que lo sabían quienes cocinaron un texto repleto de artículos pensados para dejar "atado y bien atado" el sistema ante cualquier proceso reformista.

Sin embargo, por más que les recorten sus derechos nacionales y los llamen a guardar silencio, los exiliados cubanos tienen una permanente presencia en la vida de esta Isla. A pesar de que a muchos no se les permite ingresar al país, crear un negocio ni comprar una vivienda a su nombre, su influencia se percibe en casi cada aspecto de la cotidianidad.

Por ejemplo, la ministra de Educación debe saber que en los más de 10.000 centros docentes que este septiembre acogerán a 1,7 millones de estudiantes, muchos de los zapatos, las mochilas y los útiles escolares que llevarán los alumnos han sido comprados con el dinero de la emigración o enviados por algún pariente residente en Estados Unidos, un país europeo o la amplia geografía latinoamericana.

Velázquez se hace de la vista gorda ante una verdad que es como una montaña. Muchos de los insumos que los padres tendrán que ir comprando y llevando a las escuelas a lo largo del curso para que sus hijos puedan estudiar con mayor comodidad y dignidad, son adquiridos con recursos de la diáspora cubana. Hasta parte de los uniformes escolares han sido comprados en alguna tienda de Miami.

¿Por qué los emigrados sí pueden apuntalar económicamente la educación pero no tienen derecho a criticar sus múltiples sombras, sus grandes carencias y su excesiva ideologización?

¿Por qué los emigrados sí pueden apuntalar económicamente la educación pero no tienen derecho a criticar sus múltiples sombras, sus grandes carencias y su excesiva ideologización? ¿Es consciente Velázquez que de cortarse el apoyo de estos cubanos por el mundo las escuelas serían lugares mucho más miserables? ¿Cómo puede pedir silencio a quienes aportan parte del presupuesto que sostiene su ministerio?

Este lunes, cuando Ena Elsa Velázquez participe en un matutino escolar y dé el pistoletazo de arrancada para el nuevo curso, frente a su rostro habrá cientos o miles de objetos, recursos y útiles escolares que son la voz de esos exiliados que ella intenta acallar.

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