Nostalgia de la pizza
Llegaron con fuerza en los años setenta para romper la grisura del mercado racionado. En medio del arroz con frijoles cotidiano, las pizzas nos invadieron con su novedad y sus colores. En cada provincia se construyó una pizzería y se creó una receta propia, motivo de espanto para cualquier chef mediterráneo, pero que arrebata a los isleños. Gruesas, con mucho tomate y con los bordes crujientes, así se grabaron en la mente de varias generaciones de cubanos.
Después vino la crisis de los años noventa y los locales de comida italiana vendían sólo infusión de cáscara de naranja y cigarros. Nos llenamos de nostalgia por las lasañas y los espaguetis degustados en las “doradas” décadas del subsidio soviético. El tema de la comida se hizo inevitable cuando se reunían los amigos, y dentro de éste las pizzas despertaban las mayores añoranzas. Cuando la presión del hambre y la inconformidad hicieron estallar la llamada crisis de los balseros en agosto de 1994, el gobierno autorizó el trabajo por cuenta propia. De manos de esos emprendedores comerciantes regresaron los perdidos productos hechos con harina.
Muchos empleados cubanos dependen hoy de la pizza “callejera”, vendida por manos privadas. Con ella suplen el deplorable almuerzo de su centro laboral. Sin embargo, desde hace meses, en las cafeterías familiares escasean las ofertas. La prolongada razia contra el mercado informal, producto de la crisis dejado por los huracanes, ha estrangulado a los vendedores de alimentos. Sin el desvío de recursos estatales poco podrían hacer estos trabajadores autónomos que no cuentan con un mercado mayorista. Se teme que el popular alimento termine por venderse sólo en pesos convertibles y volverse así inaccesible. Al son de la broma hay quienes aseguran que, cansada de tantas adulteraciones, la pizza terminó por repatriarse a Italia.