Obama se rodea de símbolos para ganarse el corazón de los cubanos

Cartel Obama. (14ymedio)
La Habana se prepara para recibir al mandatario estadounidense, Barack Obama. (14ymedio)
Yoani Sánchez

20 de marzo 2016 - 19:56

Llega al país el Domingo de Ramos, asistirá a un partido de béisbol y ha hablado por teléfono con el más popular humorista de la Isla. El avión de Barack Obama aún no ha aterrizado y ya tiene una legión de admiradores a los que quiere robarles el corazón a golpe de símbolos. Una comida en una paladar, una frase de José Martí en su principal discurso y una mención a Cachita, la Virgen de la Caridad del Cobre, completarían sus próximos gestos de encantamiento.

La televisión transmitió en la noche del sábado un video donde el humorista de Pánfilo llama a la Casa Blanca y habla con el mismísimo presidente de Estados Unidos. Una jugada maestra de la administración Obama, que se ha colocado así a kilómetros de distancia del poder cubano, sin ningunas dotes para la risa. A través de este anciano que vive obsesionado con la libreta de abastecimiento, el mandatario de EE UU se ha dirigido al pueblo cubano y lo ha hecho en su propio lenguaje.

Para la población negra y mestiza la llegada de Obama es un recordatorio de cuán remoto parece el arribo a la presidencia cubana de alguno de ellos

Esta mañana, por unas horas, le gente dejó a un lado las conversaciones sobre los altos precios de los alimentos y las quejas por el colapso del transporte, agravado con las medidas de seguridad que atenazan la ciudad. En las calles han vuelto a resurgir las bromas y los chistes de Pepito, el niño pícaro de nuestros cuentos populares, que regresó de su largo silencio para reírse hasta de la suegra del magno visitante.

Los símbolos están de parte de Obama. Para la población negra y mestiza su llegada es un recordatorio de cuán remoto parece el arribo a la presidencia cubana de alguno de ellos. La generación histórica, blanca y rancia, rige desde hace más de medio siglo los destinos de un pueblo donde los tonos de piel abarcan todo el espectro racial. En los barrios más pobres, el inquilino de la Casa Blanca tiene muchos seguidores, justo en esas zonas donde la popularidad de la Plaza de la Revolución va en picada.

El hombre que hoy descenderá con paso firme la escalerilla del avión, trotando como acostumbra, generará un fuerte contraste con la gerontocracia que domina Cuba. En un país con un serio problema demográfico, donde la mayoría de los jóvenes tiene como sueño emigrar, este mandatario nacido después de los sucesos de Bahía de Cochinos, es leído como una página fresca en el libro de una historia con demasiados volúmenes dedicados al pasado.

Llega, además, acompañado de su familia, a una nación donde nunca supimos con quién estaba casado Fidel Castro y por décadas sus hijos ni siquiera fueron presentados oficialmente en público. Visitará la catedral de La Habana y para el gran discurso del próximo martes ha elegido un histórico teatro, de los pocos lugares en toda la Isla al que la ideología no ha podido quitar sus connotaciones puramente culturales.

Las expectativas están desbordadas, porque los cubanos quieren aferrarse a cualquier esperanza que les haga creer que el futuro será mejor

Sin embargo, con cada cuerda simbólica que Obama toque del imaginario popular, contrae una responsabilidad. Las expectativas están desbordadas, porque los cubanos quieren aferrarse a cualquier esperanza que les haga creer que el futuro será mejor. Las ilusiones de un alivio económico, el fin del desabastecimiento de alimentos y mejoras en la infraestructura del país, están en su punto más alto este domingo pero tienen una breve fecha de vencimiento.

La gente quiere que San Obama obre milagros. Han puesto velas en su altar y le han pedido en un rezo que les traiga él la prosperidad prometida por otros hace más de medio siglo. Para muchas familias, el más esperado prodigio se resume en que sea más fácil obtener un plato de comida, un deseo expresado en las calles con todas las posibles rimas que conjugan el nombre de Obama y la manera popular de llamar a los alimentos: la jama.

Miles de padres a lo largo del país colocan sobre los hombros del visitante la responsabilidad de convencer a sus hijos de no partir en las balsas de la desesperanza. Creen que él podría detener ese incesante flujo que desangra al país si logra persuadirlos de que una nueva Cuba está a la vuelta de la esquina. Para los nueve migrantes que acaban de morir tratando de cruzar el estrecho de la Florida es una posibilidad que llega demasiado tarde.

El prodigio que otros esperan de Obama es la conectividad, como si en el Air Force One, el mandatario estadounidense se hubiera traído consigo el cable de fibra óptica que saque a la Isla de la precariedad en el acceso a internet. El hombre que ha empleado intensamente las redes sociales en su carrera política es visto como alguien que puede hacer mucho para colar a los cubanos en el ciberespacio.

En las cárceles, miles esperan que el presidente de EE UU logre una amnistía. Los opositores proyectan mayores espacios políticos y de expresión. En los hospitales los enfermos aguardan por la llegada de recursos que mejoren las deterioradas salas de urgencia y en los campos cubanos la expectativa de acceder a maquinaria y semillas lleva el rostro del Tío Sam.

Obama llega a La Habana el primer día de Semana Santa. Lo espera la gloria de su popularidad y la cruz de unas esperanzas excesivas.

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