Pedalear
¿Sabe usted lo que se siente cuando uno intenta pedalear una bicicleta que tiene la cadena oxidada, la catalina torcida y la biela trabada? Pues esa es la sensación que me aplasta por estos días. Todas mis energías, esfuerzos y deseos de hacer algo se malgastan en un mecanismo que no avanza. Por momentos tengo la impresión de que el diseño de vida al que me obligan los problemas, dificultades e ineficiencias cotidianas, responde a una intención de no dejarme levantar "vuelo", de no permitirme salir del rastrero ciclo de pedalear hasta el agotamiento.
En esta bicicleta, de la que le hablo, yo no controlo el manubrio, sino que las piedras del camino determinan el rumbo y lo único que funciona con alguna eficiencia son los frenos. La calle por donde intento avanzar está llena de señales restrictivas y en ninguna esquina mi vía tiene la preferencia.
Ya sé que sería más fácil botar la bicicleta, mudarme a un barrio de amplias calzadas bien lejos de aquí o dejar de moverme, de tener proyectos que me fatiguen y sobrecarguen las raídas gomas. Pero sucede que cierta testarudez personal y desdibujados sueños de una futura y flamante bicicleta me mantienen sobre el sillín.