Una pelea cubana contra los demonios del machismo
La Habana/Un hombre me mira por sobre el hombro porque hablo de cables y circuitos. Hace un mohín de disgusto cuando ve mis torpes uñas cortadas a ras y se molesta porque rechazo sus “piropos” que debería recibir gustosa, agradecida. No lo dice en voz alta, pero para él solo soy una criatura que debe verse “bonita”, ocuparse del hogar y parir hijos.
Es una batalla desgastante. Cada día, cada hora, cada minuto, las mujeres cubanas –y de tantas otras partes del mundo- debemos lidiar con este cúmulo de tonterías. “Tú no puedes, deja que tu marido lo haga”, es una de las frases más amables que nos dicen, aunque he encontrado otros que aseguran que “las mujeres solo hablan cuando las gallinas mean”.
Un periodista me pregunta frente a la cámara cómo conjugo ser madre con la tarea de dirigir un diario. Aunque trato de conducir la conversación a la vereda profesional, insiste en remitirse a mis ovarios. Un policía político se burla porque llevo el pelo enmarañado. Probablemente, le molestan más mis textos, pero siente un placer especial en “atacar” mi feminidad. Pierde su tiempo.
Al final del día, he tenido que evadir mil y un intentos de encerrarme en un molde. Esa caja donde debemos callar y aguantar; sonreír y soportar; reírle la gracia a los machistas y mostrarnos halagadas por su frescura. Un mecanismo torcido que resulta en que la sociedad se pierde nuestro núcleo y se queda solo con nuestra cáscara.
Todos estos estúpidos prejuicios, que apenas han mermado en esta Isla, pavimentan el camino más corto para privarse del talento que tenemos, no solo como féminas, sino –principalmente- como seres humanos.