¿Dónde está Pepito?
Ese niño impertinente y soez que protagoniza nuestros chistes -a quien lo mismo le da por ser contestatario que perverso- está por estos días demasiado callado. Pepito ha sido la pizca de pimienta que nos ha hecho reír hasta de la tragedia; hemos puesto en su boca lo que no nos atrevíamos a decir en serio y con él nos hemos burlado de las instituciones, de los políticos y de las dificultades.
Pepito, nuestro eterno niño pícaro, ha ido a la luna, al infierno, al Vaticano, y ha cruzado -en varias ocasiones- el estrecho de la Florida. Desde su culpa-inocencia ha propuesto irreverentes soluciones y en más de una ocasión ha sido más lúcido que los analistas y los académicos. En el Período Especial se hizo sarcástico y pesimista pero desde hace un par de años se ha vuelto extrañamente parco y aburrido.
Hace meses que no escuchamos de sus bromas y una extraña sobriedad ha empezado a adueñarse de nuestras vidas. Algunos especulan que Pepito ha emigrado o que ha muerto; que perdió el sentido del humor o está detenido por sus chistes. Quizás sólo se extinguió, se apagó de tanto repetir sus burlas. Me temo que nos hemos vuelto demasiado serios, preocupados, aburridos y hemos terminado por ahogarlo, por obligarlo a ser formal, sensato, prudente, en fin, a no ser Pepito.