¿Prensa o propaganda?
La Habana/Por décadas, los cubanos hemos vivido bajo un estricto monopolio informativo que ha convertido a los medios públicos en cajas de resonancia del Partido Comunista. En lugar de periodismo, lo que se publica cada día en los periódicos nacionales, los espacios televisivos y los programas radiales está más cerca de la propaganda ideológica.
De esa manera, varias generaciones se han acostumbrado a encontrar en los medios nacionales solo una versión de la realidad, una parte limitada de las historias cotidianas y una única voz para intentar narrar un país polifónico y diverso. De manera premeditada, la Plaza de la Revolución ha excluido la diversidad informativa y ha condenado a toda la población a un discurso sin matices.
Pero ¿Es eso en realidad prensa o se trata de una publicidad política que se ha adueñado de los micrófonos y de las planas periodísticas nacionales? Sin lugar a dudas, no se le puede llamar "periodismo". Porque cualquier trabajo informativo debe incluir y arrojar luz sobre una diversidad de fuentes, opiniones y criterios que vayan más allá de lo que piense o viva un solo individuo, un solo grupo humano o un solo Partido.
Los cubanos hemos vivido tanto tiempo bajo esa "pseudo prensa" que es necesario un proceso de desmontaje colectivo de esos vicios periodísticos para poder exigir y fomentar medios informativos plurales, inclusivos y verídicos. Dar cabida a múltiples criterios, presentar a los lectores varias miradas sobre un mismo hecho y poner los datos por encima de los adjetivos, son los primeros pasos para lograrlo.
Pero también, como lectores, oyentes y televidentes tenemos que aprender a respetar la variedad de enfoques que puede generar una situación, una propuesta o una figura pública
Pero también, como lectores, oyentes y televidentes tenemos que aprender a respetar la variedad de enfoques que puede generar una situación, una propuesta o una figura pública. La diversidad de pareceres nunca resta, sino que otorga a la audiencia la capacidad de formarse juicios más completos, maduros y serenos sobre cualquier acontecimiento.
La prensa no puede ser propaganda al servicio de unos pocos, ni tampoco puede comportarse como un muñeco de ventrílocuo manejado por un solo grupo y obligado a repetir sus consignas al pie de la letra. El periodismo cuando es bueno puede llegar a ser doloroso, incómodo o fastidioso. Intentar convertirlo en algo manso y moldeable pasa por quitarle aquello que lo distingue del panfleto.
Si vamos a exigir una prensa libre, democrática y con estándares profesionales, preparémonos para el hecho de que muchas veces va a publicar temas que nos molestan, opiniones con las que no coincidimos y dará espacio también a firmas contrarias a nuestras posiciones. Habrá días en que sonríamos al leer el periódico y otros en que nos dejará un sabor amargo, que nos darán ganas de responder y de quejarnos. Eso es lo que tenemos que esperar del buen periodismo: que nos movilice, nos sacuda, nos haga repensar nuestros criterios y evaluar el de otros. Quitarle esas espinas a la prensa es reducirla a simple propaganda.
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