Raza e identidad
Reverso del Carnet de Indentidad cubano, con una casilla para "Piel"
Acaba de nacer y en unas horas lo inscribirán con su recién estrenado nombre. Pasarán unos días antes de que los padres obtengan su certificación de nacimiento y después la llamada “tarjeta de menor”. Sin una identificación no podría recibir los productos del mercado racionado, inscribirse en una escuela, obtener un trabajo, viajar en un ómnibus interprovincial ni poner sus pertenencias en el guarda-bolso de una tienda. Cada día de su vida necesitará ese documento, que en la parte superior lleva una combinación única de once dígitos. En la pequeña cartulina quedarán registrados sus datos temporales y geográficos… pero también ciertos detalles físicos.
Se ve apenas como una letra en el reverso del carnet de identidad, pero es la inicial que explica el color de nuestra piel. Esa consonante nos clasifica en una raza o en otra, nos divide en un grupo o en otro. En medio de constantes llamados institucionales a terminar con la discriminación, el Registro Civil cubano aún mantiene una categorización racial para cada ciudadano. Junto a la fecha en que nacimos y la dirección donde habitamos, se especifica también si somos blancos, mestizos o negros. La adjudicación de una “B”, “M” o “N”, en una nación con tanto mestizaje, pasa muchas veces por la subjetividad de un funcionario.
En medio de tantas prioridades, de tantos derechos que exigir e injusticias por terminar, parecería baladí reclamar la retirada de una letra en nuestro carnet de identidad. Sin embargo, tan menuda presencia no disminuye en nada su gravedad. Más aún cuando el propio documento tiene ya una foto de su titular, donde pueden verse los rasgos físicos.
Ningún ciudadano debe ser evaluado por el color de su piel, ni ubicado bajo una categoría según la cantidad de pigmento que lleva en su epidermis. Tales rezagos burocráticos tienen más de archivo carcelario que de registro cívico. No es cuestión de melanina, sino de principios.