El régimen de La Habana traga en seco ante los nuevos vientos que soplan en Washington

La presencia de Marco Rubio, hijo de exiliados cubanos, como secretario de Estado será uno de los tragos más amargos para La Habana

La ojeriza del nuevo líder del Departamento de Estado de EE UU hacia Nicolás Maduro también repercutirá en la Isla.
La ojeriza del nuevo líder del Departamento de Estado de EE UU hacia Nicolás Maduro también repercutirá en la Isla. / EFE

La Habana/Apenas seis días ha durado la exclusión de Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo, elaborada por Estados Unidos. Este lunes, tras la toma de posesión de Donald Trump, el régimen de la Isla ha vuelto a estar en un listado que conlleva serias restricciones diplomáticas y financieras. La Habana apenas ha tenido tiempo de reaccionar ante un vaivén que, en menos de una semana, hizo que los voceros oficiales pasaran de cantar victoria a maldecir contra Washington.

Cada vez que un nuevo presidente llega al Despacho Oval se disparan las quinielas sobre el papel que jugará en la caída del castrismo. En el caso de Trump, hay un consenso bastante unánime de que sus cuatro años en el cargo serán un verdadero paso por el desierto para Miguel Díaz-Canel. En medio de la mayor crisis económica de este siglo, la dictadura está en una situación de extrema fragilidad material. La presencia de Marco Rubio, hijo de exiliados cubanos, como secretario de Estado será uno de los tragos más amargos que tendrá por delante la Plaza de la Revolución.

Con un discurso absolutamente vertical contra el régimen que lleva controlando la Isla 66 años, Rubio será un duro obstáculo en los escenarios internacionales

Con un discurso absolutamente vertical contra el régimen que lleva controlando la Isla 66 años, Rubio será un duro obstáculo en los escenarios internacionales en los que La Habana tiene una larga experiencia en manipulaciones, compra de lealtades o silencios a partir de favores diplomáticos y de presentarse como un David víctima de la desproporcionada fuerza del Goliat del Norte. La ojeriza del nuevo líder del Departamento de Estado de EE UU hacia Nicolás Maduro también repercutirá en la Isla, dependiente no solo del petróleo venezolano sino también del apoyo político que le brinda el Palacio de Miraflores.

En una región donde los intentos de unidad han estado más marcados por la ideología que por la búsqueda del bienestar de sus residentes, una administración estadounidense más volcada hacia América Latina podría sacudir en buena medida el tablero de alianzas y fidelidades del continente. El proceso de pérdida de influencia de La Habana en este hemisferio, que ya lleva años sucediendo, podría acelerarse a partir de este enero. No es de extrañar que algunos actuales aliados del régimen cubano prefieran correr a sacarse una foto con Trump antes que seguirle haciendo la corte a un sistema fallido y en quiebra atado a los designios del nonagenario que es Raúl Castro.

La premura con la que Trump canceló la decisión de Joe Biden de sacar a Cuba de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo parecen indicar que en las próximas semanas pueden llover nuevas penalizaciones. Hacia el interior del país, la gente de a pie se debate en cómo posicionarse ante el apretón que se avecina. Los más viejos, recuerdan que la dictadura ha dado muestras de cerrar filas y hacerse más peligrosa cuando se le arrincona. Entre los que aún no peinan canas, no obstante, está la ilusión de que el desgaste del modelo es tal que basta un empujón para que caiga como un castillo de naipes.

Nadie sabe qué va a pasar, pero las cartas sobre la mesa han cambiado. Mejor dicho, las barajas de un lado de la contienda política son ahora otras, mientras que de la parte oficialista cubana son las mismas desgastadas fichas de siempre: represión, voluntarismo y algarabía diplomática.

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Nota de la Redacción: Este texto se publicó originalmente en Deutsche Welle en español.

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