Robar, saquear, depredar: la crisis saca lo peor de los cubanos
Al Período Especial se le recuerda por los largos apagones y la escasez de alimentos, pero también por haber sido un tiempo en que el vandalismo y los robos alcanzaron niveles muy alarmantes en toda Cuba. Bombillos que desaparecían de las escuelas y los hospitales, herrajes de tazas de baño que apenas duraban unas horas en su lugar tras haber sido instalados, tomacorrientes arrancados de un tirón de las paredes de los consultorios y hasta traviesas del ferrocarril reconvertidas en corrales de cerdo. Las torres eléctricas eran desmontadas pieza a pieza y usadas como rejas para las casas, mientras que las ruedas de los contenedores de basura terminaban en las carretillas para acarrear agua. El pillaje se extendió por toda la sociedad y los saqueadores pasaron a tener categoría de "héroes" a imitar, por sus habilidades para mantener a sus familias con los frutos de la rapiña.
En esta nueva crisis que vivimos han regresado los cortes eléctricos, las largas colas para comprar comida y, no podía faltar, el robo permanente de todo lo que pueda ser sustraído. Este martes, alguien retiró y se llevó dos cristales que forman parte de una de las ventanas del pasillo del piso 14 donde vivo en La Habana. Habían estado en ese lugar desde que este feo bloque de concreto se inauguró en mayo de 1985, incluso lograron salir ilesos de la furia depredadora de los años 90. Sin embargo, alguien calculó que con sus 85 centímetros cuadrados le podía sacar a cada pieza unos 5.000 pesos y se los llevó. La operación no debe de haber sido nada fácil: retirar los junquillos de aluminio, sacar cada hoja y cuidar de no cortarse con sus bordes afilados. Frente a la ventana, la puerta de un apartamento podía abrirse en cualquier momento y alguien sorprender a los ladrones, que debieron de ser más de uno por lo complejo del hurto.
La desazón se extiende entre todos los vecinos afectados por esta expoliación. Ningún elemento ya parece estar seguro ante la furia de atracos que sacude todo el país
Un error cometido hizo que uno de los cristales se partiera en una de sus esquinas, pero los saqueadores no se amilanaron y se lo llevaron así mismo. Cargaron con el botín a plena luz del día y dejaron sin protección contra el viento y la lluvia a una amplia zona de nuestro pasillo. A más de 50 metros de altura y en un país con una intensa temporada de huracanes, la pérdida de esta parte de las ventanas genera un riesgo para quienes habitamos en este piso. La solución, por el momento y dado los altos precios de los vidrios, será tapar ambos huecos con unas tablas y encomendarnos a la suerte para que los rateros no quieran llevarse también un par de maderas viejas. El problema va mucho más allá de un agujero y los peligros de que llegue un ciclón antes de poder taparlo.
La desazón se extiende entre todos los vecinos afectados por esta expoliación. Ningún elemento ya parece estar seguro ante la furia de atracos que sacude todo el país. Los pasillos han vuelto a quedar a oscuras porque las lámparas son desmontadas con rapidez y habilidad, los escalones de granito de algunos inmuebles son arrancados para terminar enchapando alguna cocina y las maderas de los bancos de los parques terminan hechas muebles o carbón. Nada está seguro en los espacios públicos o en las zonas comunes de los edificios, tampoco en el interior de las casas se puede respirar tranquilo. Cuba es una nación donde los guajiros no pueden pegar ojo porque les roban sus animales, las madres tienen que vigilar las tendederas porque les llevan hasta los pañales de bebé y en las aulas no se puede dejar de mirar las mochilas, a riesgo de perder cada día el lápiz, la goma de borrar o la merienda.
Una sensación de inseguridad recorre nuestras vidas. Nada ni nadie está seguro. ¿Qué habría pasado si ayer saliendo de mi casa me hubiera topado con los ladrones de los dos cristales? ¿Habrían huido o me habrían enfrentado? ¿Qué hubiera sido de alguno de los ancianos que recorren estos pisos si descubren a los pillos en plena faena? No quiero ni imaginarlo. Como en aquella crisis de hace tres décadas, vivimos en un permanente atraco, con la zozobra de que de cualquier esquina puede salir la mano de un asaltante, la insaciable rapiña de un ladrón.
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