Romantizar los cortes eléctricos en Cuba, más que cínico es ofensivo
Mientras ellos evocaban el carbón que deja un toque ahumado en los alimentos, nosotros quemábamos los muebles de los abuelos para poder comer
La Habana/Un bufido recorre el barrio. Acaban de cortar el servicio eléctrico y la vida se queda paralizada hasta que regrese la luz. El ascensor no funciona, los ancianos de los pisos altos aguardan en los bajos del edificio porque la artritis y el cansancio no los dejan subir las escaleras. La cafetería de la esquina cierra al público ya que el horno es eléctrico y su oferta principal es de pizzas, las tuberías se quedan secas porque la bomba de agua no pudo completar la subida hasta el tanque y, además, "hace dos días que hay rotura en la conductora de Palatino", remacha un vecino.
Los apagones no tienen nada de romántico, bello ni creativo. No son, como asegura un medio oficial, la oportunidad para preparar una cena con velitas para la pareja, despegarse de la pantalla del móvil o leer un libro. No tener corriente es algo mucho más mundano, irritante y limitante. Los pacientes postrados se inundan de sudor porque ya no funcionan los ventiladores, la poca leche que la familia guarda para el bebé se malogra por la falta de refrigeración, el joven pobre que se gana la vida como mensajero en su bicicleta, pierde sus pocos ingresos debido a que la aplicación de envíos deja de funcionar tras apagarse las torres de telecomunicaciones.
Ahora, aseguran que la oscuridad nos puede devolver a una vida más calmada y natural, cuando en realidad nos hace la existencia más angustiosa
Con el apagón, la gente se vuelve más agresiva y en el silencio que dejan los motores y los dispositivos brotan con más fuerza las peleas domésticas, las palabrotas y los insultos. Con el corte eléctrico se hunden los negocios privados, los peligros de accidentes con los semáforos desconectados se multiplican, las salidas nocturnas se reducen aún más, los planes se postergan y la idea de armar las maletas gana fuerza. También las bodas se aplazan, las escuelas reducen aún más la calidad de su enseñanza y los trámites burocráticos se vuelven mucho más complicados.
Romantizar un apagón, aludiendo a que a la luz de las velas se escribieron los grandes clásicos de la literatura universal supera al cinismo y pasa a ser una ofensa. Como cuando en el Período Especial algunos dirigentes del Partido Comunista alababan el sabor que dejaba en la comida cocinar con leña, debido a la ausencia de gas. Pero, mientras ellos evocaban el carbón que deja un toque ahumado en los alimentos, nosotros quemábamos los muebles de los abuelos para poder comer. Ahora, aseguran que la oscuridad nos puede devolver a una vida más calmada y natural, cuando en realidad nos hace la existencia más angustiosa.
No, no hay nada hermoso en un apagón, especialmente cuando se ha sufrido durante buena parte de la vida y no se ve, a corto ni mediano plazo, que va a dejar de irrumpir en nuestra cotidianidad.