¿Cómo serán?
El Sexto ha dicho que hará un grafiti sobre mi maleta; una vecina me regaló un amuleto para el viaje y cierto amigo anotó su número de zapato para que le traiga un par. Me despiden aunque todavía no me voy. Ni siquiera tengo fecha de vuelo. Pero algo ha cambiado para mí desde el pasado 14 de enero en que entró en vigor la Reforma Migratoria anunciada en octubre pasado. Después de aguardar por 24 horas a las afueras del Departamento de Inmigración y Extranjería (DIE), supe que finalmente me expedirían un nuevo pasaporte. Con veinte “tarjetas blancas” negadas en menos de cinco años, confieso que estaba más escéptica que esperanzada. Aún ahora, sólo creeré que lo he logrado cuando me vea dentro de un avión que levante vuelo.
Ha sido una larga batalla llevada a cabo por muchos. Un prolongado camino reclamando que la entrada y salida de nuestro país sea un derecho inalienable, no una dádiva que se otorga. Aunque las flexibilizaciones que ha traído el Decreto-Ley No. 302 resultan insuficientes, ni siquiera esas se hubieran logrado de habernos quedado con los brazos cruzados. No son el fruto de un gesto magnánimo, sino el resultado de las denuncias sistemáticas que se hicieron contra el absurdo migratorio.
De ahí mi intención de seguir “empujando los límites” de la reforma, experimentar en carne propia hasta donde llega realmente la voluntad de cambio. Para traspasar las fronteras nacionales no haré ninguna concesión. Si no puede viajar la Yoani Sánchez que soy, no pienso metamorfosearme en otra persona para alcanzarlo. Una vez en el extranjero tampoco disfrazaré mi opinión para que me dejen “volver a salir” o para complacer ciertos oídos, ni me acogeré al silencio por aquello de que me pueden negar el retorno. Diré lo que pienso de mi país y de la ausencia de libertades que padecemos los cubanos. Ningún pasaporte va a funcionar para mí como tapabocas, ningún viaje como señuelo.
Aclarados esos pormenores, preparo el cronograma de mi estancia fuera de Cuba. Espero poder participar en innumerables eventos que me hagan crecer profesional y cívicamente, responder preguntas, aclarar parte de las campañas de difamación que se han levantado en mi contra… y en mi ausencia. Visitaré aquellos lugares a los que una vez me invitaron, pero la voluntad de unos pocos no me dejó llegar; navegaré como una obsesa por Internet y volveré a subir algunas montañas que dejé de ver hace casi diez años. Pero lo que más me apasiona es que voy a conocer a mucho de ustedes, mis lectores. Ya tengo los primeros síntomas de esa ansiedad: el hormigueo en el estómago que provoca la cercanía de lo desconocido y el despertar en medio de la madrugada preguntándome cómo serán sus rostros, sus voces. ¿Y yo? ¿Seré como ustedes me imaginaron?