La singularidad de Robinson Crusoe
Un joven panameño me contó en detalles las dos semanas que pasó en La Habana, la nueva familia que lo acogió aquí y su sorpresa ante una ciudad costera con apenas barcos. Su relato se parecía al de tantos que llegan por primera vez a la Isla y van del asombro a la felicidad, pasando por la lágrima.
Sin embargo, su conclusión más pasmosa era que gracias a la desconexión que padece el país, él había podido vivir aquel tiempo sin Internet. Quince días sin enviar un correo electrónico, leer un tuit, ni preocuparse por dar un "me gusta" en Facebook. Al regresar a su país, se sentía como si hubiera estado tiempo en una clínica de desintoxicación tecnológica.
A Richard Quest, reconocido presentador del programa Business Traveller en la cadena CNN, le está ocurriendo otro tanto. Este fin de semana veíamos al periodista británico alucinando ante un Cadillac de 1959 al que clasificaba como un verdadero "salón sobre ruedas". Amén de la belleza de un auto así y de su excelente estado de conservación, no sé si Quest es consciente de que está ante un vehículo que se conservó por la imposibilidad de su propietario de adquirir otro más moderno en un concesionario.
Robinson Crusoe, abandonado en su isla y ajeno al desarrollo del mundo, de seguro guardó muy bien algunas piezas de su barco naufragado, pero se merecía como cualquier ser humano acceder a la modernidad y al progreso.
No sé si el mundo está preparado para que nuestro país deje de ser como una postal en tonos sepias de mediados del siglo veinte. ¿Aceptará que ya no parezcamos una nación de ruinas "bellas", gente sentada en las esquinas porque no tiene sentido trabajar por salarios tan bajos y una población sonriente ante el turista, pues entre otras razones esos extranjeros tienen la tan ansiada moneda convertible? ¿Dejará el mundo que encontremos nuestra identidad, sin aferrarnos a esta singularidad a lo Robinson Crusoe?
¿Dejará el mundo que encontremos nuestra identidad, sin aferrarnos a esta singularidad a lo Robinson Crusoe?
Dirijo tales interrogantes hacia el resto de los habitantes del planeta y no hacia el Gobierno cubano, pues ha quedado demostrado que una sociedad encerrada en la anomalía de un pasado forzado, le ha sido más fácil de controlar desde el poder. Mis temores radican en que América Latina, Estados Unidos, Europa y el resto del planeta no estén preparados para una Cuba moderna, competitiva, que mire hacia el futuro. Un país con problemas, como todos, pero sin esa pátina de años cincuenta que tanto atrae a los nostálgicos de aquella década.
Es posible dejar de ser Robinson Crusoe, pero habrá que cuestionarse si el mundo está preparado para vernos volver del naufragio.