Sordidez
El Bulevard habanero, en la noche del miércoles, fue el escenario para una pareja con un niño que buscaban un poco de aire fresco. Son sólo las nueve, pero a juzgar por el ambiente parecen las tres de la madrugada. El olor a orine en cada esquina recuerda que los borrachos han comenzado temprano y que los baños públicos siguen siendo una ilusión. La profusión de prostitutas lleva a la madre a apurar el paso, pero el niño alcanza a ver una transacción muy directa entre un chulo, su “novia” y un turista.
No han escogido bien la ruta. Más les hubiera valido tomar un ómnibus hasta Miramar y pasear por la 5ta avenida, o quedarse tomando el fresco en el balcón de la casa. Van en busca del Parque Central, pero fuera del círculo de luz alrededor de la estatua de Martí se extiende una zona de penumbras propicia para los escarceos amorosos. Nadie se escandaliza con eso, pues en esta ciudad hace muchos años que no hay posadas (moteles) donde puedan acudir las parejas. Tener sexo en el banco de un parque forma parte de las artes amatorias de quienes no tienen una habitación propia.
La policía se integra al sórdido paisaje nocturno, y los padres ya están arrepentidos de haber sacado a su hijo por esa zona fronteriza entre Centro Habana y el casco histórico. Cada interior de lujo, como el lobby de los hoteles Telégrafo, Saratoga, Plaza y Parque Central, tiene su contraparte en las calles oscuras que los rodean. Por unos centímetros de glamour hay metros y metros de apabullantes penurias materiales.
El niño sólo ha tenido ojos para el humeante capuccino que un extranjero, acompañado de dos chicas muy jóvenes, consume en la cafetería La Francia. Desde sus ojos de infante, La Habana nocturna ha quedado como una sucesión de luces y sombras, de clientes que consumen y espectadores que los miran beber, de uniformes azules que vigilan y sombras que los evaden, de esquinas con una cara hermosa y otra que es mejor no conocer.