Tragedia schakespearena
La Habana es una ciudad de soluciones lentas o increíblemente precipitadas. Si se trata de un edificio deteriorado y de sus habitantes -viviendo entre apuntalamientos y pedazos de techo que se caen- entonces los remedios se demoran y las necesarias viviendas tardan décadas en construirse.
Ahora bien, si la cuestión es cerrar, limitar o prohibir, los recursos afloran con sorprendente velocidad y las soluciones llegan de “hoy para mañana”. Siguiendo esa lógica, los vecinos de Centro Habana descubrimos un día que a nuestro parque Maceo le había crecido un muro, forrado en piedra de Jaimanita, que lo resguarda y protege de nosotros mismos.
Los cientos de sacos de cemento que se derrocharon para crear semejante barrera, hubieran podido ser bien usados en la construcción de casas para los habitantes del famoso solar Romeo y Julieta sito en Belascoaín y Concordia, que hace un par de semanas acaba de –definitivamente- derrumbarse.
Mientras la estatua del Titán de Bronce dormita ahora en un parque lejos de los gritos de los niños, sin las parejas que “aprietan” en la oscuridad y carente del correspondiente borracho durmiendo sobre un banco; los protagonistas de la tragedia del derrumbe pernoctan en los portales, se cobijan en el mercado agropecuario o montan alternativas carpas, siempre bajo los ojos de la policía, que desde hace medio mes ha cerrado la avenida desde Neptuno hasta San Lázaro.
Enredados en un drama que supera al de montescos y capuletos, los residentes del fenecido solar, comprueban que su futuro se dirime más arriba. Las posibilidades de cambiar un porvenir de albergues compartidos y promesas de microbrigadas –que ya se vislumbra- son mínimas. Su destino, como en esas tragedias schakespearenas, ya está escrito, tiene el cuño del instituto de vivienda y la falsa tinta de una burocracia que no genera desenlaces felices.