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Vulnerar la correspondencia privada, una rutina en Correos de Cuba

El sobre enviado por la editorial Anaya fue abierto y llegó a su destinatario este lunes en la mañana. (14ymedio)
Yoani Sánchez

13 de julio 2020 - 18:13

El sobre estaba colocado sobre el buzón de entrada de nuestro apartamento. El cartero nunca tocó el timbre, nadie avisó de que había alguna carta por recoger, pero allí estaba. Mi primera sensación fue de sorpresa, luego de alivio de que finalmente y después de meses sin recibir ni un telegrama, alguna correspondencia pudiera llegar a la "maldita" dirección donde vivo.

Sin embargo, la alegría duró bien poco. El sobre estaba abierto torpemente y los papeles en su interior visiblemente manoseados. La carta ha viajado desde la lejana Madrid y el remitente es la editorial Anaya, con la que he publicado varios libros sobre el gestor de contenido WordPress, pero ni el "inocente" membrete de una casa editorial ni la distancia recorrida por el envío han disuadido a alguien de vulnerar mi correspondencia.

No es nada nuevo. El irrespeto a la privacidad se ha convertido en norma de vida en esta Isla, donde las propias instituciones violan el espacio íntimo de los ciudadanos y la empresa estatal de Correos de Cuba es uno de los tantos ojos escrutadores de la Seguridad del Estado o policía política. Raro sería que el sobre hubiera llegado hasta mis manos intacto, respetado y a tiempo.

Poco importa que la Constitución consagre que "la correspondencia es inviolable. Solo puede ser ocupada, abierta y examinada en los casos previstos por la ley"

Poco importa que la Constitución consagre que "la correspondencia es inviolable. Solo puede ser ocupada, abierta y examinada en los casos previstos por la ley". Todos sabemos e intuimos que en este país esgrimir el derecho a la privacidad es tenido casi como un acto inmoral y pequeñoburgués. Esos que abrieron el sobre que debió llegar cerrado a mis manos no aceptan el espacio íntimo y temen cualquier zona individual a la que no puedan acceder.

Son los mismos que me condenaron durante la adolescencia a permanecer en un preuniversitario donde decenas de estudiantes debíamos bañarnos en duchas sin puertas ni cortinas; esos que que confiscaban libretas escolares para leer los versos que garabateábamos en la última hoja y los que han dado combustible a los cientos de miles de ojos que a lo largo del país se dedican a vigilar las cuadras a través de los Comité de Defensa de la Revolución.

Hoy, un sobre abierto que llegó ante mi puerta me recordó de golpe todo eso.

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