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Con sus 17 pisos sin ascensor, el edificio Girón se ha convertido en una cárcel para sus ocupantes

El coloso de 132 apartamentos era un símbolo de modernidad cuando fue inaugurado en 1967 en el malecón de La Habana

El edificio Girón, junto al lujoso hotel Grand Aston, en El Vedado habanero. / 14ymedio
Pedro Espinosa

02 de diciembre 2024 - 23:27

La Habana/Con vista al mar, ubicado en una de las mejores zonas de la barriada habanera de El Vedado y junto al lujoso hotel Grand Aston, así descrito el edificio Girón parecería el sueño de cualquiera. Sin embargo, el inmueble –de dos bloques y 17 pisos– se asemeja más a una deteriorada cuartería donde los residentes viven preocupados por el mal estado de la escalera, la parálisis de los ascensores y el colapso de la estructura.

Basta entrar al coloso, situado en la avenida Malecón entre E y F, para darse cuenta de que tiene mucho más que los pies de barro. El óxido de las barandas escolta, a cada lado, la subida y prepara al recién llegado para el panorama que viene. "¡Muchacho, no te agarres de ahí!", le advertía este domingo una mujer a un chiquillo despistado que se había aguantado del frágil pasamanos. 

Vencer cada piso implica coraje. Mientras se asciende por el bloque 2, basta levantar la cabeza para ver los escalones rajados, con el acero interior expuesto, maltratados por el salitre. Llegar al rellano no calma los ánimos, más bien los empeora. En lugar de las cajas con los registros eléctricos, cerradas y discretamente ubicadas, los ojos se topan con una huecos ennegrecidos por el hollín y por las huellas de un reciente incendio.

Un incendio en un apartamento de los pisos superiores afectó el sistema eléctrico del edificio, el pasado junio. / 14ymedio

Desde que en junio pasado las llamas, iniciadas en un apartamento de los pisos superiores, afectaron el sistema eléctrico del edificio, el único elevador que quedaba trabajando para ese entonces no ha vuelto a funcionar. "Desde ese día mi madre no puede salir a la calle", advertía un joven que, con una bolsa cargada con yucas y calabazas, tomaba aliento a la altura del piso seis para seguir hasta el 11.

"Creo que están esperando que esto se caiga y nos sepulte a todos para levantar un hotel en esta esquina", lamentaba el hombre que, junto a otros vecinos del edificio, no ha dejado de denunciar la ruina moderna en que se ha convertido lo que una vez fue un proyecto arquitectónico osado y un experimento social regido por los cánones de las ciudades del futuro comunista que le aguardaban a la Isla.

"Nací aquí, así que esto es lo único que conozco", cuenta a 14ymedio el residente que ha visto partir a otros vecinos. "La gente que se dio cuenta a tiempo de lo que venía se fue en los años 90, permutando para otros barrios. También estuvieron los que se demoraron más y cuando autorizaron la venta de casas salieron de sus apartamentos antes de que se les cayeran encima y, claro, estamos los guanajos que nos quedamos".

Desde entonces, el único elevador que quedaba trabajando para ese entonces no ha vuelto a funcionar. / 14ymedio

Por décadas, a medida que a la fachada se le caían pedazos y los emblemáticos parasoles que rodean la estructura se cuarteaban por todos lados, muchos de los residentes originarios albergaron la esperanza de que el Estado implementaría un programa integral de reparación. "Cartas van y cartas vienen, nos hicimos expertos en escribir a ministerios, funcionarios y a la Asamblea Nacional, pero fue por gusto", recalca.

A los laterales de la escalera, los vecinos han clavado tablas sobre las delgadas columnas que antaño permitían que la brisa marina atravesara el edificio pero que, ahora, cuarteadas y con los pedazos que se han ido cayendo, son un peligro para los niños pequeños y las mascotas que podrían deslizarse por el espacio entre una y otra. "No hay que ser muy flaco para caerse por ahí porque cada vez los huecos son más anchos", resume el joven.

Los 132 apartamentos se han ido devaluando conforme el edificio que los cobija se hace más inhabitable. De noche, la poca luz que ilumina las escaleras sale de alguna puerta abierta, los residentes se trancan temprano tras sus rejas y en las zonas comunes puede pasar "cualquier cosa", cuenta a este diario Raiza, quien se mudó al lugar siendo niña cuando a su padre, un alto funcionario oficial, le otorgaron una vivienda en el Girón.

"No hay que ser muy flaco para caerse por ahí porque cada vez los huecos son más anchos". / 14ymedio

"Tengo algunos recuerdos de aquellos días, todo era nuevo, todo era bonito, cuando le contaba a mis amiguitos del barrio donde nací, que era en el Cerro, dónde estaba viviendo, se les caía la baba", evoca ahora aquellos meses posteriores a la inauguración del inmueble en 1967. Diseñado por el arquitecto cubano Antonio Quintana, con el sistema de moldes deslizantes, era entonces un anticipo del porvenir luminoso que iba a llenar de rascacielos, puentes y modernidad las ciudades cubanas.

"La comunidad inicial era muy unida y aquí se hacía todos los días la guardia cederista, se organizaban trabajos voluntarios, las propias familias mantenían esto muy bonito", cuenta y se le ilumina el rostro. Raiza cree que la caída en picada del inmueble se dio con la falta de recursos que trajo el Período Especial. "Hacía falta ya que le pasaran una manito porque esto tenía más de 20 años cuando empezó aquella crisis, pero lo que se vivió en los 90 le puso la tapa al pomo".

"La gente comenzó a cocinar con leña, hasta en las escaleras, no quedó un solo bombillo en los pasillos porque todos se los robaron” y los chillidos de los puercos que se criaban en los apartamentos empezaron a formar parte de la banda sonora del edificio. Las gestiones para solicitar materiales constructivos y una brigada estatal que reparara el inmueble se dieron de bruces con la realidad de que el subsidio de la Unión Soviética se había cortado.

Los vecinos han clavado tablas sobre las delgadas columnas que antaño permitían que la brisa marina atravesara el edificio pero que ahora son un peligro para los niños pequeños y las mascotas. / 14ymedio

"Teníamos que haber permutado en ese momento, pero mi padre le tenía mucho cariño a este lugar y, la verdad, es que desde nuestro apartamento en el piso 12 la vista al mar es muy bonita", reconoce. "Pero es lo único que nos queda, ver el horizonte mañana tarde y noche porque ahora mismo mi papá no puede salir a ningún lado, está encerrado allá arriba por la falta de elevadores".

Esta semana, en un intento desesperado por llamar la atención, los vecinos enviaron a varios administradores de grupos en Facebook otra denuncia sobre el mal estado del edificio Girón y la falta de elevadores. En pocos minutos, cientos de comentarios añadieron, en la publicación de La Tijera, más detalles del drama que se vive entre las paredes de la otrora joya de la arquitectura revolucionaria. Pero ninguna descripción supera al temor que provoca subir sus escaleras, escuchar las anécdotas de sus residentes y asomarse al abismo entre los huecos de la fachada.

En varios de los 132 apartamentos que conforman los dos bloques del coloso, hay un cartel pegado en la puerta que reza "Se vende". Todo el que llega hasta ese punto y logra leerlo, sabe que no está ante una atractiva vivienda en el céntrico barrio de El Vedado, a pocos metros de las olas del mar. A la venta hay, si acaso, una propiedad que puede durar menos que aquel proyecto de hombre nuevo que iba a habitar el edificio Girón.

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