Goya y Fabelo, mundos en colisión
El retorno del maestro cubano a Europa está marcado por la búsqueda de un padre: el Goya de 'Los caprichos' y 'Los desastres de la guerra'
Madrid/En el país de Roberto Fabelo todas las estatuas han sido decapitadas y las ciudades son ruinas. Trastos, cafeteras, palanganas, marmitas, rostros soñolientos y ásperos, letras que han olvidado a qué palabras pertenecen, hombres que lo son a medias o que duermen el sueño de la razón, conforman el inventario del artista.
La marea ha traído las obras de Fabelo a Madrid y quien acude a verlas, en el pequeño salón de ladrillos rojos del Condeduque, encerradas por la geometría y el orden, no imagina que se trata de un naufragio. El retorno del maestro a Europa –se le ve resfriado, de negro, más viejo– no está exento de meditación y tristeza. Viene buscando un padre, un linaje que siempre ha sido suyo pero que ahora quiere convocar: Goya.
La afinidad entre el aragonés y el cubano fue señalada desde que Fabelo pintó el primer animal con rostro de hombre. Hay una mirada esencial en ambos: la penetración en las capas oscuras de lo humano, en la región donde la luz se trastorna y las criaturas se saturan con significados, palabras y formas. Como Goya, Fabelo llena sus dibujos de frases y contraseñas. Uno promete que "si amanece, nos vamos"; el otro pinta "sobre las alas de una mosca".
Quien haya seguido los pasos de Fabelo en su isla natal, donde sus obras son parte de la vida y la imaginación doméstica, nota la transgresión que significa Mundos. De cierta afinidad con el régimen –alguna vez atribuyó su éxito, con timidez, a la revolución de Fidel Castro– pasa ahora a la crítica mediante el símbolo. Los engaños del poder, la manipulación, la posibilidad de disentir y retirarse del cuadro, la primacía de los peores, se imponen sobre los demás temas.
Al entrar al recinto del Condeduque, varias cucarachas kafkianas anuncian al espectador que ha llegado a los dominios del monstruo. Formados, como en un batallón, están Los caprichos y Los desastres de la guerra, que corresponden al Goya crepuscular. Ya han trabado batalla con los rinocerontes y sátiros de Fabelo. Lo que vemos –oscuro el salón y detenido el tiempo– es el diálogo de dos caballeros que han compartido un duelo.
Fabelo, como Goya, es un narrador elemental. Le interesa el peso del relato, la acumulación de gestos y señales con una capacidad sintética que lo hermana con Monterroso o con Borges
De ese enfrentamiento planetario, en el que Fabelo lucha también contra otros modelos suyos –Durero, Dalí, El Bosco–, salen ilesos los objetos domésticos, que el cubano ha tratado siempre con cariño, como talismanes. En un caldero está la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba; las cafeteras tienen rostro y lloran por la escasez; las balas disparadas por los fusiles soviéticos de la isla se han magnetizado en una esfera.
Fabelo, como Goya, es un narrador elemental. Le interesa el peso del relato, la acumulación de gestos y señales con una capacidad sintética que lo hermana con Monterroso o con Borges. En Liderazgo, dibujada en 2022 sobre un inmenso cartón, Fabelo cifra sin admitirlo el drama de la isla en los últimos dos años. La estampida de los animales ante un incendio o un diluvio, el general descabezado –sable en mano, apoyado sobre un pulpo– que insiste en dar órdenes, el pajarraco incrédulo, el ogro, el sátiro boxeador, un animalejo que restriega su lomo placenteramente contra el barro, el susurro de las moscas, encapsulan el drama de irse o quedarse en un territorio opresivo. Un autorretrato de Fabelo como monstruo, abandonando con miedo los márgenes de la cartulina, nos da una pista sobre el desgarramiento que atraviesa la vida y obra del pintor.
Desde luego, el calibre de Fabelo es enciclopédico. Su drama pertenece a todos y no se circunscribe a la cartografía de lo cubano. Tampoco Goya remite solamente a la era napoleónica, los uniformes, las espadas, el cañonazo y las alimañas, que preguntan si no hay quien las desate. Entre ambos gravitan dos siglos, abolidos por una misma sensibilidad. Es probable que el exilio, la memoria y la muerte, que siempre han perseguido a Fabelo, lo alcancen finalmente en Europa. Es el precio de la inmortalidad.
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