Una familia de Santiago de Cuba, los Pitt-Wasmer, recuerda el expolio de sus bienes
Su casa de la calle San Basilio es hoy la sede de los Servicios Comunales de la provincia
La Habana/ Santiago de Cuba/Grietas, cáscaras de pintura verde y blanca, y un banderón del Movimiento 26 de Julio afean la fachada de la casa número 361 de la calle San Basilio, hoy Bartolomé Masó, en Santiago de Cuba. En 1960, era la residencia de la familia Pitt-Wasmer, que partió al exilio tras meses de tensión con Fidel Castro; hoy es la sede provincial de los Servicios Comunales.
Cuando el empresario cubano William Pitt, heredero de los Pitt-Wasmer, supo que el inmueble expropiado a sus padres se había convertido en una oficina gubernamental conocida por su ineficiencia, señaló una lamentable coincidencia: en el mismo espacio donde ahora se discuten, sin éxito, los problemas relacionados con la higiene y los fallecimientos en la ciudad, se planificó en 1827 la apertura del cementerio de Santa Ana, el primer camposanto público de Santiago de Cuba.
Pitt, apenado por el estado actual de la casa, cuenta a 14ymedio que su bisabuelo José Ferrer Mora mandó a edificar el inmueble alrededor de 1840. La construcción sufrió distintas reformas a lo largo de los siglos XIX y XX, la última de ellas en 1958, justo antes de la victoria de Castro. A pesar de los típicos "murales" socialistas, el mobiliario de mala calidad y las consignas, Pitt logra reconocer en las fotografías los salones donde jugaba con sus hermanas cuando era niño.
"Allí vivieron mis padres, William Pitt Ferrer y Berta Wasmer Arnaz", explica el empresario
"Allí vivieron mis padres, William Pitt Ferrer y Berta Wasmer Arnaz", explica el empresario. Después de que la pareja se marchara con sus cuatro hijos a Miami, en 1960, la abuela de Pitt, María Josefa Arnaz, y una de sus hijas, Lucy Wasmer, se mudaron a la casa de San Basilio. Allí se mantuvieron, además, las dos niñeras que cuidaban a las niñas Pitt-Wasmer.
"En enero de 1967 murió María Josefa Arnaz y las niñeras deciden marcharse a vivir con sus hermanas, en otras áreas de Santiago de Cuba", rememora Pitt. "Lucy se quedó sola, con una amiga que iba a visitarla y, cuando podía, la acompañaba".
Ileana, una vecina de la calle San Basilio entrevistada por 14ymedio, recuerda muy bien a Lucy Wasmer y la situación de la casa en los cincuenta. "Ella era muy amiga de una tía de mi papá, que falleció hace muchos años. No queda mucha gente de los que vivieron aquí originalmente. La mayoría se ha ido o ha muerto. Quedamos pocos", asegura.
En la actual sede provincial de los Servicios Comunales, refiere Ileana, hay oficinas y se celebran las reuniones del sector. Los funcionarios tratan de mantener en buen estado el inmueble, que antaño tenía una fuente en el patio que ahora, cuenta la vecina, está "seca".
A Lucy Wasmer le llegó su permiso de salida a EE UU en 1967, pocos días después de que muriera su madre. "Inmediatamente llegaron los camiones del Gobierno para llevarse todo lo que aún quedara en la casa", asegura Pitt.
La casa ya había sufrido un expolio al marcharse su familia, cuyo objetivo había sido desmantelar la oficina-biblioteca de William Pitt Ferrer, donde estaban los documentos y archivos de sus propiedades. "Tenía también una caja fuerte, grande como un refrigerador", señala el empresario, "parecida a las que usaba en las oficinas que tenía en sus minas en Holguín, para guardar el dinero del pago de los trabajadores. Solo que esta contenía los títulos de propiedad de las minas y otros papeles valiosos. Todo aquello lo confiscó el Gobierno".
Tan pronto como Lucy cerró la puerta del inmueble, en el que tuvo que esperar dos meses antes de poder salir en 1967, los funcionarios se apoderaron de la casa. "Ya habían salido al exilio todos mis primos, la mayoría hacia EE UU, pero también a Venezuela, España y México". Lucy, la última de los Wasmer en abandonar Cuba, murió en el destierro en 1969.
Dispuesto a que el régimen de La Habana responda por las propiedades incautadas a su familia, una de las más prósperas de Cuba al triunfar la Revolución, William Pitt ha denunciado los negocios turbios de las autoridades cubanas con la empresa canadiense Sherritt, con la cual pretenden saldar una millonaria deuda permitiendo la sobreexplotación de las minas de níquel y cobalto de Moa y Punta Gorda, en Holguín, que Castro confiscó ilegalmente a los Pitt-Wasmer.
Que los Servicios Comunales ocupen ahora el número 361 de la calle San Basilio no deja de ser irónico, razona Pitt. "En ese lugar se conversó muchas veces sobre el cementerio de Santa Ana, construido sobre terrenos que había donado mi tatarabuelo Eduardo Ferrer, padre de José Ferrer Mora".
Recuerda el empresario que, según la costumbre europea, los primeros cementerios de Cuba se ubicaron en las inmediaciones de las iglesias. Con el aumento de la población en las ciudades principales, como Santiago de Cuba, fue necesario buscar alternativas para garantizar la higiene urbana.
En 1813, los santiagueros comenzaron a buscar un terreno para levantar un nuevo cementerio. Tras valorar distintas locaciones, entre ellas la llamada Loma del Intendente, el proyecto se fue posponiendo hasta 1821, cuando el camposanto de la iglesia de Santa Lucía –a solo una cuadra de la casa de los Pitt-Wasmer– colapsó por las lluvias y los enterramientos a poca profundidad.
"Fue entonces que mi tatarabuelo Eduardo Ferrer donó el terreno de los Altos de Santa Ana, del cual era dueño por una Real Comisión otorgada en 1789", cuenta Pitt
Alarmados por la cercanía del cementerio a un pozo que abastecía al barrio, los vecinos manifestaron su temor por la contaminación de las aguas. "Fue entonces que mi tatarabuelo Eduardo Ferrer donó el terreno de los Altos de Santa Ana, del cual era dueño por una Real Comisión otorgada en 1789", cuenta Pitt.
El cementerio de Santa Ana fue inaugurado el 5 de agosto de 1825 por el arzobispo de Santiago de Cuba, Mariano Rodríguez de Olmedo, y se mantuvo en funcionamiento hasta 1868, fecha en que, recién comenzada la Guerra de los Diez Años, se abrió el de Santa Ifigenia.
Los Pitt-Wasmer fueron una de las familias benefactoras de la ciudad, dice el empresario, puesto que además del cementerio, colaboraron con otras obras sociales. En 1870, por ejemplo, la tatarabuela de Pitt, Mariana Mozo de la Torre, ofreció terrenos para que se edificaran el convento de los Desamparados –a cargo de la orden religiosa de las Siervas de María– y la iglesia del mismo nombre, ubicada en las calles Princesa y Barracones.
En los propios Altos de Santa Ana, años después de la inauguración del camposanto, se levantó la clínica de Los Ángeles, en un solar donado por la bisabuela del empresario, Cristina Correoso Mozo de la Torre.
Tanto el estado actual de la casa de los Pitt-Wasmer como la gestión de los Servicios Comunales en la ciudad le parecen a Pitt un hecho "bochornoso". Hace varias semanas, el periódico oficial Sierra Maestra publicó un artículo revelando el pésimo servicio necrológico en la provincia.
El descuido y la falta de respeto hacia los recién fallecidos, el desorden en los cementerios –incluyendo el de Santa Ifigenia, de alto valor patrimonial por estar enterrados en él figuras como José Martí o Carlos Manuel de Céspedes, además de Fidel Castro– y la deficiente capacidad de transporte, con solo diez vehículos funcionales de los 30 con que contaba la provincia, son algunos de los temas más graves en una situación que los directivos califican, apenas, como "compleja".
A lo deprimente del panorama se añade, para Pitt, un dilema de justicia histórica: el régimen arruina todo a su paso
A lo deprimente del panorama se añade, para Pitt, un dilema de justicia histórica: el régimen arruina todo a su paso, incluyendo la casa familiar, cercana a otra propiedad confiscada, la casa de la familia Bacardí –hoy Museo del Ron–, que también ha denunciado el expolio que lanzó Castro sobre la empresa licorera más importante de la Isla en 1959.
El drama que significa para los Pitt-Wasmer constatar el deterioro de la casa de sus antepasados, asegura el empresario, es algo que sólo pueden comprender quienes hayan profundizado en la historia de Santiago de Cuba. Y, desde luego, los miembros de su familia.
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