El acueducto "más moderno de Latinoamérica" está en Manzanillo, pero sus vecinos reciben agua cada 45 días
El que quiera ahorrarse los 50 o 70 pesos que cobran por un pomo de 20 litros, debe hacer largas colas a cualquier hora para acarrear agua
Manzanillo (Granma)/Amas de casa, doctores e ingenieros, niños y adultos de más de 70 años hacen largas colas a cualquier hora para acarrear agua en Manzanillo, en la provincia de Granma. No importa que sean las 5 de la mañana y deban ir después a la escuela o el trabajo, ni que sea de noche. Tampoco que se esté sano o tenga alguna cardiopatía, hipertensión, hernias o cualquier otro problema de salud. El que quiera ahorrarse los 50 o 70 pesos que cobran por un pomo de 20 litros, o los 5.000 que cuesta una pipa no pueden faltar a esta cita que constata el fracaso del nuevo acueducto que las autoridades anunciaron –con su habitual espíritu triunfalista– en 2005.
La nueva infraestructura de la ciudad de Manzanillo fue anunciada como el más moderno acueducto de Latinoamérica y venía a resolver la severa crisis en el abasto de agua, puesto que brindaría el servicio las 24 horas los 7 días de la semana. El proyecto consumado devolvió las esperanzas a una ciudad, que a pesar de estar a orillas del golfo del Guacanayabo, con un importante manto freático y pozos a apenas 10 kilómetros, sufría carestía por el deterioro de la infraestructura hídrica.
La realidad fue muy distinta de lo proyectado, ya que ni en los comienzos se pudo cumplir lo prometido, salvo en la parte alta de la ciudad. Justo donde se ubican los populosos repartos Caymari, Taíno, Dagamal, Horacio Rodríguez y Orestes Gutiérrez, los ciclos de abastecimiento de agua empezaron cada tres días, todo un logro si se tiene en cuenta que, en la actualidad, no suelen bajar de 45 días. En algunas zonas, incluso, se llega a estar hasta dos y tres meses sin agua, una situación que, especialmente desde 2021, parece ser permanente.
Las autoridades llevan ya casi 20 años exponiendo en programas de televisión y radios locales lo que consideran causas del desastre: desde continuas roturas en conductoras a averías en las máquinas de bombeo o en el tanque de almacenamiento y distribución dentro de la urbe, pasando por el déficit de cloro, los problemas en su dosificadora y, por supuesto, los cortes de electricidad. Todo un sinfín de desgracias para “el acueducto más moderno del continente”.
A falta de soluciones, la población se ha visto en la necesidad de convertir el acarreo de agua –en todo tipo de recipientes y a cualquier hora del día– en una labor cotidiana, aunque muchas veces suponga trasladarla desde una distancia de 300 metros de las viviendas.
Elizabeth, una trabajadora de 37 años, cuenta que prefiere ir antes del amanecer para trabajar luego sin preocupaciones. Ella, sus dos hijos adolescentes y su esposo madrugan para acopiar lo más que puedan en cada viaje y, si es posible, descansar un día antes de repetir tan fatigosa tarea.
“En el municipio ya hay dos bombas para aliviar la crisis, pero ahora lo que falta es el cemento para fijarlas”, asegura Jorge, un jubilado de 72 años que carga, casi a diario, con dos porrones en una carretilla. En la tarea invierte al menos tres horas, entre la espera y la caminata.
Mientras tanto, los abundantes salideros que se encuentran en toda la red hidráulica no solo suponen la pérdida del agua, sino un despilfarro de lo invertido en su saneamiento, incluyendo el cloro, la electricidad y, también, los recursos humanos, una situación altamente preocupante en una ciudad que sufrió en 2012 un brote de cólera. Aquel año, casi 90 personas fueron diagnosticadas de la enfermedad y tres murieron. Desde que en 1882 hubo una epidemia en Cuba de esta enfermedad y hubo un último puñado de casos en 1959, la afección estaba erradicada.
Manzanillo sigue hoy sin soluciones, pero llena de zanjas como cicatrices, dejadas por la empresa de Acueducto. Cicatrices o heridas que muestran la indolencia frente a un pueblo sediento.