El aguacate, tan común en Cuba, se ha convertido en un producto de lujo
En la Isla el fruto se destina al consumo doméstico y los servicios turísticos, pero no existe una industria para su procesamiento o la extracción de su aceite
Sancti Spíritus/La Habana/Antes de convertirse en un alimento gourmet, antes de tener su propio documental en Netflix y venderse como el oro verde que lo mismo sirve para el desayuno que para el cabello, el aguacate era para los cubanos ese fruto que cada verano inundaba los patios y llenaba los platos. Ahora, ha pasado a ser un ingrediente prohibido para muchos, especialmente a inicios de la temporada cuando sus precios se disparan.
"Uno no sabe si comérselo o ponerlo en una vitrina", ironizaba este jueves una cliente que se acercó hasta el mercado Plaza Boulevard en la ciudad de Sancti Spíritus. Allí, relucientes sobre una tarima, pero todavía de tamaño pequeño, estaban los primeros aguacates de este verano. La alegría por el reencuentro, sin embargo, no apagó las frases de asombro por el precio.
Cada aguacate se vende en el céntrico mercado espirituano a 200 pesos. Al ser los recién llegados de una temporada que acaba de empezar, el pronóstico sobre su calidad es dudoso. "Compré uno la semana pasada y tenía la cáscara todavía muy dura, gruesa y la masa estaba aguachenta, pero al menos era un aguacate y me ayudó a completar una comida para mi familia. Aunque a este precio muy pocos lo compran".
En noviembre pasado, según el monitoreo semanal que hace 14ymedio, el fruto se dejaba ver en esa misma plaza a 150 pesos según su tamaño, pero hace justo un año, en junio de 2023, el cartel que lo acompañaba decía 100. En septiembre tuvo una sustancial caída hasta los 60, pero justificada por el fin de la temporada y la bajada de la calidad. En estos 12 meses el producto ha duplicado su precio en una de las regiones con más tradición agrícola del país, mientras a los salarios no les ha pasado lo mismo.
En estos 12 meses el producto ha duplicado su precio en una de las regiones con más tradición agrícola del país, mientras a los salarios no les ha pasado lo mismo
Indiferente a los reclamos de bajar el precio, el comerciante de la Plaza Boulevard respondía este jueves con una retahíla de gastos que acarrea llevar el producto hasta los mercados. "Nada más que lo que tenemos que invertir en combustible dispara todos los costos. Esto no son unos paqueticos de comino molido ni unas hojas de cilantro que se pueden meter en una mochila o en una jaba y echárselos al hombro, cada aguacate de estos pesa una libra o más, hay que traerlos en un transporte".
En enero pasado, fuera de la temporada, en este mismo mercado apareció el aguacate, quizás de esas matas díscolas que también hay en los campos y patios cubanos que paren cuando les parece y no se rigen por el calendario, ni las estaciones. Ya en ese momento, cada unidad costaba 200 pesos, así que no parece ser una fiebre veraniega la que ha hecho escalar al producto sino una tendencia inflacionaria que ya se ha vuelto común para el bolsillo de los cubanos. Eso sí, que se haya hecho rutina no significa que los clientes se hayan acostumbrado a estos números.
"No voy a comprar aguacate hasta julio o agosto que ya tendrá que estar más barato porque hay más, todos los mercados, los carretilleros y hasta la gente que tiene patio los vende", explica a este diario Víctor, un frecuente cliente del mercado espirituano. "Cuando llegan esos meses, tengo la costumbre de pasar por el agro cuando está a punto de cerrar y los vendedores bajan los precios de los productos que se les van a quedar en merma. Ese es el momento de comprar".
Víctor, que ya suma siete décadas de vida, recuerda que cuando era joven "el aguacate estaba a la patada". Sus padres tenían una pequeña finca a las salida de la ciudad de Sancti Spíritus y "cuatro matas de aguacate, varias de guayaba, una de tamarindo, un buen número de naranjos y limoneros, además de un enorme árbol de mamey en el patio". Aquel pequeño vergel proveía a la familia de buena parte de las frutas que consumían.
"Al final vendimos la finca y todo eso fue arrasado y convertido en tierras arroceras", detalla. "Ahora casi no producen arroz ahí, pero ya tampoco tienen las matas de aguacate", lamenta. Víctor reconoce que el aguacate ha sido desde siempre un cultivo en manos de privados y que los intentos estatales de domesticar al rey verde de los campos cubanos no han rendido buenos frutos, nunca mejor dicho.
En la Isla el aguacate se destina al consumo doméstico y los servicios turísticos, pero no existe una industria para su procesamiento o la extracción de su aceite, muy apreciado en la gastronomía y la cosmética. En los campos y patios se mezcla la variedad antillana con su pariente guatemalteco y aunque el resultado es un fruto de dimensiones grandes y masa consistente, los especialistas aseguran que tiene un bajo contenido de aceite. El más preciado en las mesas es el llamado Catalina, enorme y de forma alargada.
"Trabajé varios años en un plan agrícola y se cultivaba aguacate pero no es lo mismo, estas matas necesitan que el guajiro les tenga puesto el ojo encima y la recogida es un momento decisivo. Si lo sacas muy verde, quizás nunca se madura o se pudre una parte antes de que esté listo para comer", explica Víctor a este diario.
"Es un producto fuerte para el traslado pero no hay que exagerar, necesita cuidados porque ahí donde se golpee, ahí donde se apriete, le va a salir después una magulladura, una zona que no estará buena", explica. "El Estado los recoge y los mete en camiones, sin cajas ni nada, luego los lleva a sus mercados y la gente los compra más baratos, pensando que ha hecho un buen negocio, el resultado: una parte de esos aguacates nunca se va a madurar o habrá que cortarles y botar un pedazo".
"Es un producto fuerte para el traslado pero no hay que exagerar, necesita cuidados porque ahí donde se golpee, ahí donde se apriete, le va a salir después una magulladura, una zona que no estará buena"
Las palabras de Víctor pueden explicar el porqué en un país con tantas mega campañas productivas, entre otras, la fiebre de sembrar plátano a través del sistema de riego microjet como si fuera a salvar a toda la Isla de la crisis alimentaria de los años 90, no ha habido nunca un "plan aguacate". Hasta el señorial café se vio convertido en otro de los delirios de Fidel Castro, cuando impulsó el plan de llenar cada centímetro de suelo con la variedad caturra, más pequeña y resistente, pero que no prosperó en la Isla.
La lista es larga. Las grandes extensiones de cítricos alrededor de las escuelas en el campo, donde los estudiantes iban a clases en las mañanas y trabajan en la agricultura en la tarde, también fracasaron tras un breve momento de esplendor. Con el hundimiento de la producción exprimir un limón sobre una ensalada pasó a ser un recuerdo para muchos.
Entonces, cómo es posible que el aguacate no haya logrado ser metido en la canalita de la estatización y de los grandes proyectos oficiales para terminar teniendo en cada casa una postura de este árbol. La respuesta está probablemente en que, de tan común, esta fruta pasó bajo el radar de las grandes aspiraciones políticas del régimen. Eran tiempos en que, a nivel mundial, tampoco se había desatado la fiebre aguacatera, los chefs no incluían este ingrediente en sus platos y nadie se hacía fotos para Instagram frente a un guacamole.
Pero el aguacate ya está en Netflix, en innumerables fórmulas de champú, en los bowls de los que pregonan una nutrición sana y hasta en las mascarillas que se aplican sobre el rostro para "hidratar y rejuvenecer". Ahora la fruta se da su lugar, un sitio exclusivo al que solo los más solventes pueden acceder.