En los altos del Escambray unos jóvenes voluntarios cuidan un radar soviético
En sus instalaciones no hay meteorólogos ni científicos, sino un grupo de aficionados que se han hecho cargo del lugar
La Habana/Perdido en la maleza del Escambray cienfueguero, el radar soviético MRL-5 parece más una reliquia de la Guerra Fría –no en vano fue inaugurado en 1989– que una instalación meteorológica funcional. Para llegar a él hay que alejarse siete kilómetros de la carretera y subir 223 peldaños de hormigón. Quien logre vencer el trayecto estará a 1.140 metros sobre el nivel del mar y expuesto a vientos de una violencia extrema los días de huracanes.
Entre los pocos dispuestos a subir al radar del Pico San Juan –aunque en realidad la estación está sobre la montaña conocida como La Cuca– no hay meteorólogos ni científicos, sino un grupo de aficionados que se han hecho cargo del lugar ante la estampida de profesionales. “Salarios que no llegan a los 4.000 pesos, el aislamiento y las dificultades de transporte alejaron a especialistas a experimentados equipos”, explica Televisión Cubana, que entrevistó a los operarios durante una expedición a la sierra de Guamuhaya.
Del radar se ocupan dos grupos de tres o cuatro operarios. Son diez en total. Suben en un camión hasta donde la carretera lo permite y de ahí suben una escalera con una pendiente de 45 grados que conduce al radar. A lo lejos, entre la vegetación, sobresale la enorme esfera de cemento que contiene el aparato. Allí permanecen los “montañeses” –como los llama la prensa oficial– durante una semana.
El barrido tiene 1.000 kilómetros de diámetro y 785.000 kilómetros cuadrados de área
La zona es tan intrincada que los obreros encargados de abrir la carretera que conduce al lugar se dieron por vencidos en los años 80 hasta que un guajiro de la zona les indicó un camino. La anécdota es famosa en el Escambray. “Busquen un bulldozer y que le caiga atrás a mi mula”, dijo el hombre, una suerte de curandero de la zona –y miliciano al servicio de Fidel Castro– conocido como el Gallego Otero.
Los jóvenes de la zona consideran que trabajar en el radar es “una oportunidad”, pues desde niños se acostumbraron a ver sus instalaciones con cierta reverencia. Televisión Cubana no revela cuánto les paga el Estado, pero da a entender que, o bien no reciben salario alguno o el pago es mínimo. El trabajador más “experimentado”, Lázaro Moreno, lleva poco más de ocho meses como “especialista principal” del radar.
Moreno asegura que solo hacen falta “algunas nociones de electricidad y mecánica”, y algo de meteorología, para trabajar en las instalaciones. El resto de los “muchachos”, afirma, son “jóvenes y de mi mismo barrio”. La crisis de transporte ha obligado a reclutar operarios solo de bateyes cercanos, por si “hay que venir de pronto”.
Un matrimonio de guajiros, Ada y Erwing, también forma parte del plantel como “observadores”. Erwing espera “poder prepararse mejor” en el futuro. Lleva “apenas tres meses”, confiesa. Moreno, igual de entusiasta, piensa “retirarse” allí. “Tenemos muchos programas en la computadora y nos estamos preparando”, añade.
“Se sobreponen a sus temores de inexpertos”, comenta la reportera que entrevistó al grupo. El radar tampoco tiene un alto nivel tecnológico –lleva 35 años operando con los mismos aparatos que envió la Unión Soviética– y con unas pocas instrucciones pueden manejarlo.
“El radar trabaja automáticamente. Realiza una observación cada diez minutos y la envía al Centro Nacional de Radares de Camagüey”, explica Moreno. Desde sus coordenadas –21º 59' latitud norte y 80º 08' latitud oeste– el radar recoge información sobre una circunferencia que va desde las playas de Baconao, en Santiago, hasta el cabo de San Antonio, y desde Hollywood (Florida), hasta un punto del mar Caribe no lejos de la isla de Gran Caimán.
El barrido tiene 1.000 kilómetros de diámetro y 785.000 kilómetros cuadrados de área. La altura del radar permite eliminar el efecto de la curvatura de la Tierra y ampliar el rango de observación.
La estación fue construida por órdenes de Castro, que afirmaba que varios ciclones habían hecho estragos en la Isla por no existir una estación en el Escambray. Trabajar en ella, en sus inicios, fue el sueño de muchos meteorólogos ambiciosos. Sin embargo, el lugar pronto cayó en el olvido y el Gobierno lo abandonó a su suerte. Una casa de placa junto a la estación, una planta eléctrica y el propio edificio del radar dan fe de que Pico San Juan vivió tiempos mejores.
La planta es indispensable para mantener las operaciones durante un huracán, pero activarla –cuentan sus operarios– es una pesadilla. El viento ha llegado a “arrancarle la ropa” a un trabajador mientras echaba el combustible. Otras veces, para no arriesgar la vida durante la ventolera varios tienen que agarrarse unos a otros si quieren encender la planta.
En el Pico San Juan las temperaturas se acercan a veces a cero y las condiciones son precarias. De la preocupación del Gobierno por uno de los puntos clave de la meteorología cubana solo hay una señal: un diploma con una foto de Díaz-Canel, firmado por funcionarios locales, que celebra que el radar siga funcionando después de 35 años.