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El árbol de las mil voces llega al país del único gruñido

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Cargado de palabras, el conjunto, de 15 metros de alto, es un canto a la libertad y al poder de la literatura

'El árbol de las mil voces', de Daniel Hourdé, en la Plaza de Armas de La Habana. / 14ymedio
Natalia López Moya

18 de noviembre 2024 - 22:10

La Habana/Quienes atraviesen por estos días la Plaza de Armas de La Habana se toparán con una enorme instalación del artista francés Daniel Hourdé.

El árbol de las mil voces extiende sus ramas en el céntrico espacio y, en lugar de hojas, muestra una infinidad de páginas de libros. Cargado de palabras, el conjunto, de 15 metros de alto, es un canto a la libertad y al poder de la literatura. Pero su follaje, con fragmentos de Lorca, Proust o Goethe, cobra otro significado en Cuba, un país marcado por la censura y el dogma editorial.

Los textos, que cuelgan como frutos del saber y la creatividad humana, incluyen un amplio catálogo de poesía, narrativa, historia del arte y filosofía. El viento puede estremecer la estructura, sacudir las páginas de acero que crujen y tintinean, creando una sinfonía única en cada ocasión, pero no logra derrumbar el grueso tronco que sostiene la creación humana. Las ráfagas apenas pueden vapulear las flores, como la intolerancia apenas logra golpear la literatura pero nunca arrancarla de raíz.

'El árbol de las mil voces' llega en medio de un páramo artístico donde se ha perdido buena parte de la diversidad que alguna vez exhibió la cultura cubana

Parado cerca de la base, basta dirigir la vista hacia arriba para leer nombres que la política editorial cubana de las últimas décadas ha mirado con ojeriza, como Octavio Paz y Milan Kundera. Pero también abundan otras tantas obras que los lectores de la Isla se han perdido porque la crisis económica ha reducido la publicación de autores internacionales mientras se siguen destinando recursos a apuntalar la propaganda. Más que mil voces, el árbol de Hourdé parece un coro de gritos que recuerdan los títulos no publicados, las historias no difundidas y los vacíos dejados en tantas librerías y bibliotecas.

La pieza también ha aterrizado en un momento muy complicado para la libertad de expresión en la Isla. La edición número 15 de la Bienal de La Habana no podría darse en un peor contexto con cientos de presos políticos y artistas, como Luis Manuel Otero Alcántara, condenados a prisión por empujar los límites de la estrecha política cultural. El recrudecimiento de la represión, la vuelta de tuerca de la censura y la falta de oportunidades para los creadores han contribuido también a que entre los pintores, escultores, actores y escritores el éxodo haya sido especialmente dramático.

El árbol de las mil voces llega en medio de un páramo artístico donde se ha perdido buena parte de la diversidad que alguna vez exhibió la cultura cubana. Si la pieza simboliza la libertad de expresión, como ha recalcado en numerosas ocasiones su autor, solo queda leerla por estos lares como un llamado de atención. Sus ramas y sus hojas repletas de palabras crecen y se expanden en una retocada plaza para turistas, en el marco de un evento que funciona como vitrina de una pluralidad que no existe y rodeado de personas a las que se les ha amputado el derecho a decidir qué pueden leer y qué voces pueden escuchar.

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