Un paseo azaroso por los charcos apestosos y los baños públicos del Boulevard de La Habana
Tras pagar 5 pesos, el transeúnte notará que, en el servicio para hombres del paseo que une a la calle Galiano con el Paseo del Prado, el lavamanos ni siquiera funciona
La Habana/La enésima reparación del Boulevard de La Habana comienza a mostrar ya sus arrugas. El maquillaje del triunfalismo con que se reabrieron numerosos locales en ese paseo peatonal de la calle San Rafael se ha ido destiñendo con el paso de los meses. Las tupiciones en las cañerías, que se convirtieron en el signo distintivo del lugar por años, han vuelto en varios comercios y en sus baños públicos, los únicos en muchas cuadras a la redonda.
"Es como una maldición, lo arreglan, lo ponen bonito y enseguida todo se va destruyendo", lamenta Evaristo, un jubilado que nació y ha residido toda su vida en la esquina de San Rafael y Águila. Desde su balcón, el pensionado tiene acceso visual a toda la vía que, cada jornada, es una de las más transitadas del país. Desde su posición de vigía, Evaristo vio al Boulevard deteriorarse por décadas, luego llenarse de huecos y brigadas constructivas de cara a los 500 años de La Habana, en 2019, y ahora percibe el impacto de la crisis sobre su infraestructura y su gente.
Aunque todavía la pintura de las fachadas "aguanta", aclara a 14ymedio otra vecina, las cafeterías que comenzaron con ímpetu tras levantarse las restricciones de la pandemia han reducido sus ofertas o han sido arrastradas por la ola de la inflación que vuelve prohibitivos muchos productos. Las pantallas de publicidad que una vez generaron sorpresa en sus aceras ahora están apagadas y el antiguo olor a aguas albañales ha vuelto a impregnar la zona.
La caída mayor la ve quien decide entrar a los baños públicos ubicados en este paseo que une a la calle Galiano con el Paseo del Prado. Tras pagar 5 pesos, encontrará que en el servicio para hombres el lavamanos no funciona y en un trozo de cartón unas toscas letras advierten que está "roto". Los cubículos sanitarios apestan, las tazas no tienen agua y las paredes han sido pintadas de una manera que recuerdan el interior de una celda.
Al salir de los estrechos y apestosos baños, el vapuleado transeúnte pensará que le espera el alivio. Para nada. Afuera tendrá que sortear los charcos de color verdoso y olor indescriptible que brotan en las esquinas del Boulevard, los balcones pintados pero todavía en peligro de derrumbe y el hedor a basura que invade la antigua tienda Fin de Siglo, clausurada hace años. Durante ese azaroso periplo cuidará sus bolsillos y apurará el paso para salir de la zona. Desde su atalaya, Evaristo lo estará siguiendo con la vista hasta que lo vea perderse en alguna entrecalle.
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