Barrio Chino de La Habana: mitos y realidades
La Habana/Un texto de Rosa López publicado en este espacio el 30 de junio, El Barrio Chino, víctima de la competencia, me motiva a detenerme sobre el mismo tema para comentar algunas cuestiones de la realidad económica actual y su peculiar expresión en un pequeño pedazo de la geografía capitalina.
El auge gastronómico desatado en uno de los barrios más humildes de La Habana atrajo una extraordinaria afluencia de clientes, principalmente cubanos, que encontraban allí lo que había desaparecido de los restaurantes estatales: calidad, buen servicio y precios adecuados con la oferta. Por algo más de una década el Barrio Chino se convirtió en el epicentro de la gastronomía de la capital, pero, ¿fue realmente tan próspero como el imaginario popular sostiene? ¿Acaso la competencia de los llamados "paladares", surgidos con las reformas raulistas, fueron la verdadera causa de su declive?
El popular –y, ciertamente, marginal– Barrio Chino de La Habana es quizás el más socorrido ejemplo de despegue económico entre los experimentos que florecieron en los años noventa ante los apremios de la crisis derivada del desplome del socialismo en Europa y el fin de los subsidios soviéticos. Sin embargo, como suele ocurrir en toda sociedad cerrada donde los hechos discurren a espaldas de la opinión pública portando matices conspirativos, existe una tendencia a relacionar cada fonda, comercio, sociedad o restaurante del Barrio Chino con el surgimiento del llamado "trabajo por cuenta propia", quizás porque las actividades desplegadas por las sociedades chinas en dicho barrio se ampliaron y se hicieron más visibles justamente en el momento en que fueron aprobadas las licencias para la apertura de los "paladares" y cafeterías que por entonces comenzaron a propagarse por La Habana.
Historia reciente
Sea por razones políticas o por motivos desconocidos, lo cierto es que –incluso tras la Ofensiva Revolucionaria que en 1968 arrasó con la pequeña propiedad–, a las sociedades chinas asentadas en el mencionado barrio (como también a las españolas, dispersas por diferentes puntos de La Habana) se les permitió continuar activas. A la vez, algunos pequeños negocios de chinos se mantuvieron, reducidos a una mínima expresión, y también se conservaron ciertos privilegios, entre ellos el manejo de propiedades inmuebles, que incluye varios edificios de apartamentos y las sedes de sus sociedades, enclavados en el Barrio Chino.
En el caso que nos ocupa, las sociedades chinas continuaron atendiendo a sus afiliados y prestando diversos servicios a la reducida comunidad y a sus descendientes. Entre dichos servicios se incluía la gastronomía, limitada casi exclusivamente a los socios, que dependía en gran medida de la ayuda que recibían del exterior. Así, el Casino Chung Wah y la Sociedad Lung Kong han recibido y administrado durante décadas la ayuda material y financiera enviada regularmente desde China y desde otras sociedades análogas dispersas por varios países. El monto de tales ayudas se desconoce, aunque fuentes autorizadas con reserva obligada aseguran que alcanzan proporciones y cifras considerables.
Tras la Ofensiva Revolucionaria que en 1968 arrasó con la pequeña propiedad, a las sociedades chinas se les permitió continuar activas
A este tenor, el reducido grupo formado por los dirigentes de las sociedades ocupan altos cargos en la importante Logia Irregular (masónica) Minh Chi Tang, lo que les otorga un barniz de legitimidad y les ha permitido manejar un capital suficientemente importante como para realizar inversiones dentro y (presumiblemente) fuera de Cuba. Muchos de ellos y sus familiares viajan con regularidad a China y a otros países, incluyendo Estados Unidos.
Fue así que en la década de los 90 los miembros más prominentes de la pequeña comunidad china de La Habana estaban en condiciones financieras favorables para ampliar sus horizontes comerciales, y lo hicieron a través de las sociedades. Los servicios gastronómicos dejaron de ser solo para los afiliados y comenzaron a brindarse al público, tanto en los restaurantes de las sociedades propiamente dichas, como en las fondas que se les asignaron a cada una en el espacio que se conoce como el Cuchillo de Zanja. El capital inicial que se invirtió en los restaurantes y fondas pertenecientes a las sociedades chinas procedía del monopolio que el minúsculo grupo administrativo de éstas ejercía sobre los ingresos recibidos del exterior por concepto de ayuda. Ahora bien, estos restaurantes y fondas que pertenecen a sociedades chinas no se inscriben en la modalidad de trabajo por cuenta propia, sino que cuentan con una licencia comercial para operar en divisas, razón por la cual no responden a la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT) sino al Ministerio de Justicia (MINJUS). Es decir, no hay que confundir los restaurantes pertenecientes a una sociedad china, como Minh Chi Tang o El Framboyán, con otros que se insertan en el Barrio Chino pero son de capital privado, particularmente de cubanos, como son los casos de La Flor de Loto y Mimosa, que sí son fiscalizados por la ONAT, pagan elevados impuestos y, por tanto, entran en la clasificación de "paladares".
En su artículo, Rosa López incurre en el error de mezclar ambas modalidades y también obvia la cronología, como si todos los restaurantes y fondas hubiesen surgido y cerrado a la vez y de la misma forma. De hecho, La Mimosa apenas cuenta con dos años y medio de apertura al público, por lo que tampoco se inscribe en el período de "florecimiento" que expone López. Ambas modalidades –sociedades chinas y paladares o restaurantes privados por cuenta propia– son formas de inversión diferentes y también operan de manera muy distinta.
Auge y ocaso de las sociedades chinas
Según la voz popular, el General Choy, cubano de ascendencia china, quien fuera combatiente del Ejército Rebelde, fue en su momento el benefactor-mediador de estas sociedades, de ahí las facilidades y ventajas de éstas en comparación con los "paladares". No obstante, la comunidad china nunca fue lo suficientemente numerosa o económicamente poderosa como para que sus actividades comerciales constituyeran una amenaza para el gran monopolio económico del gobierno.
Para los cubanos, los chinos de aquí siempre fueron un enigma. Sus tradiciones y sus costumbres no penetraron significativamente la cultura nacional. Después de más de dos siglos de presencia –primero, llegaron aquellos culíes contratados en condiciones de esclavitud, cuya suerte ha acuñado entre nosotros la popular frase "lo engañaron como a un chino" –, nos siguen resultando exóticos los pocos descendientes que quedan, básicamente mestizos con escasos rasgos raciales.
Para los cubanos, los chinos de aquí siempre fueron un enigma. Sus tradiciones y sus costumbres no penetraron la cultura nacional
La comunidad china trató de aprovechar la oportunidad de los años noventa para prosperar y entonces proliferaron restaurantes, fondas, dulcerías y timbiriches vinculados a sus sociedades. Sin embargo, pese a las prerrogativas de que gozaban éstas, la mayoría de los empleados, sobre todo los cocineros, eran cubanos. Los más emprendedores y visionarios encontraron allí el filón para ahorrar y acumular capital y experiencia suficientes para iniciar sus propios negocios, amparados por la apertura de la modalidad de trabajo por cuenta propia. Hoy, algunos de aquellos chefs son empresarios con restaurantes propios e incluso se han asociado entre sí para consolidarse y ampliar sus empresas.
Por su parte, el director de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, tenía puesta la mira en el Barrio Chino, un interesante foco que bien podría convertirse en atracción para turistas foráneos. Hasta el corazón del barrio se extendieron los tentáculos de Habaguanex, el sello comercial del ilustre Historiador. Bajo su égida aparecieron tiendas, bares y otros comercios. Mientras, varios restaurantes de las sociedades chinas se veían forzados a cerrar tras sufrir inspecciones que detectaban focos de infecciones y otras deficiencias sanitarias, irregularidades en los abastecimientos y evidencias de la corruptela que se detecta o no según la conveniencia o las circunstancias.
En la actualidad, tras el azote permanente de las inspecciones y las sanciones, se ha contraído sensiblemente la actividad de los restaurantes vinculados a las sociedades chinas, cuyo núcleo principal se ubica en el Cuchillo de Zanja y zonas aledañas. En cambio, los de capital privado cubano en la misma zona viven un momento de éxito.
¿Competencia o incompetencia?
Obviamente, entre los cubanos existe una apreciación contaminada sobre lo que es "competencia", uno de los términos más demonizado por el catecismo oficial. Si bien la flexibilización de las actividades por cuenta propia, en particular en el sector gastronómico, ha permitido una ampliación de las capacidades de los restaurantes privados y la diversificación de la oferta, es decir, ha potenciado la competencia, ello por sí solo no suponía la decadencia del Barrio Chino. De hecho, las sociedades chinas aún cuentan con ventajas significativas: no están sujetas al peso de los elevados impuestos que sujetan a los empresarios cubanos dueños de "paladares" y sus precios son más atractivos para los deprimidos bolsillos de la población. Por tanto, no fue la proliferación de "paladares" en mejores barrios de la ciudad lo que determinó el ocaso del Barrio Chino, como lo demuestra la constante afluencia de público y las colas que se mantienen en Mimosa o en La Flor de Loto, dos restaurantes que siguen gozando de la preferencia del cliente cubano.
El Chinatown ha entrado en declive por el cerco de la Oficina del Historiador, que decidió apropiarse del barrio
La competencia, en todo caso, es un acicate que funciona en las sociedades libres como elemento catalizador de la vida económica, acelerando los procesos e impulsando el desarrollo. La competencia estimula el crecimiento, no lo frena. Por tanto, si el Chinatown de La Habana ha entrado en declive, no es por la competencia de los nuevos "paladares", sino por factores como la incapacidad de los inversores de las sociedades chinas –un segmento diminuto, frágil y en proceso de extinción dentro de la sociedad cubana– para ampliarse más allá de su círculo cerrado y para ofrecer perspectivas más atractivas a sus empleados, entre otros factores. Pero en especial fue afectado por el cerco del poder oficial que se cerró sobre esas sociedades cuando una institución al servicio del Gobierno, como lo es la Oficina del Historiador, decidió apropiarse de dicho barrio, que en la actualidad se encuentra entre los principales programas de inversión de esa entidad. Y en Cuba no existe la menor posibilidad de sobrevivir a la competencia del Estado-Gobierno-Partido.
La competencia, en fin, es un rasgo propio de economías de mercado, donde priman a la par las libertades económicas y los derechos. En Cuba la competencia, como cualquier actividad económica, depende en última instancia de los intereses políticos del poder y no de la voluntad o capacidad del débil empresariado autóctono. Así, el fracaso económico de las sociedades chinas de La Habana no se debe a la competencia de otros empresarios ni a la insalubridad y marginalidad de su barrio, sino a la incompetencia de un sistema socioeconómico y político que acumula sobre sí mismo más de medio siglo de decadencia.